El Diario Montañés, 30 de julio de 2025
Siento
indignación frente a estos políticos irresponsables con falsos currículos. Existían
ya títulos dudosos, expedidos por universidades privadas de desconocido
prestigio, junto con una proliferación de másteres de otras universidades con mayor
renombre que podían obtenerse en pocos días en un barrio de Madrid, previo pago
generoso. Pero ahora, además, el historial educativo de algunos de estos
caraduras aparece reforzado por titulaciones que nunca alcanzaron, aunque les venían
de perlas para realzar sus méritos y demostrar que habían conseguido su puesto tras
haber hincado el codo durante muchas horas de estudio, no por el dedo de sus superiores.
Es la cara falsa de quienes debían estar preparados para defender la verdad. Curiosamente,
al ciudadano de a pie, que tiene que desenvolverse en el escenario de una
realidad mucho más exigente, esa «titulitis» no le aporta gran cosa para su
futuro laboral. De hecho, hay quienes piensan que «los jóvenes van a la
Universidad para conseguir títulos que no sirven de nada, y que habría sido
mejor que hubiesen aprendido un oficio como fontanero o electricista». El escenario
cotidiano y el político, según parece, discurren por sendas diferentes.
Yo, jubilado,
no necesito mostrarle a nadie mi currículo, exiguo por otra parte. Soy un maestro
que nunca ejerció, autor de unos pocos libros –aunque como editor he impulsado bastantes–
y columnista de opinión en este periódico, en cuyas páginas alcanzo, con este
de hoy, setecientos artículos. Una buena tarjeta de presentación.
En
la edición digital mantengo unos pocos asiduos discrepantes, aunque también un
grupo de seguidores más afines. Este pasado sábado me encontré con uno de ellos,
Joaquín Molleda, en su restaurante de la lejana Pejanda, casa de gastronomía, alojamiento,
amistad y cultura. Me sorprendió llamándome «el gran Herrán».
Elogios
como este no son el resultado de ningún currículo, por inflado que esté.