El Diario Montañés, 25 de julio de 2018
Del
marqués de Bradomín dijo Valle-Inclán que era feo, católico y sentimental. Juan
Ramón Jiménez retrató en prosa poética a Platero como pequeño, peludo y suave.
Y del Rambo de Turieno sabemos que es menudo, crespo y drogadicto. En realidad
Luciano –que así se llama el huido por unas horas– no tenía vocación de ser un
Rambo al uso («un hombre entrenado para matar, ignorar el dolor, vivir de lo
que da la tierra y comer cosas que harían vomitar a las cabras»); por eso
volvió a casa cuando confluyeron los rigores de la noche y el síndrome de
abstinencia. Y allí lo estaban esperando dos números de la guardia civil, que
aún guardaban balas en la recámara pese a las muchas que habían estampado en la
fachada antes de que se escapara el sujeto en cuestión. Revilla llegó a
calificar la acción de chapuza, pero Zuloaga se enfrentó a su bautismo de fuego
transmitiendo que la operación había sido un éxito porque se había arrestado a
una persona extremadamente peligrosa (pobrecito). Sea como fuere, hay quien
dice que con su exagerada hazaña el fugitivo efímero colocó a Liébana en el
mapa nacional con más eficacia que los actos del año jubilar.
Con
Luciano a buen recaudo, personalmente me preocupa De la Serna. Todopoderoso
hace poco más de un mes, deambula ahora deshojando un futuro incierto. Los
caprichos de la política lo han desplazado porque otros han sabido colocarse
mejor en la línea de salida. En buena o mala ventura la política es una carrera
de estrategias, y para medrar hay que apostar a las fichas más poderosas en ese
complicado juego de enredos. De la Serna jugó en su partido a la baza más
moderada, y perdió; Diego Movellán puso su voto al servicio de la propuesta
menos probable, y ganó. Algunos hablan ya de su posible candidatura para la
presidencia de Cantabria. Si es así, desde la confianza que me merece, le pido
moderación, y que se olvide de las banderas en los balcones. Los alardes no son
buenos para nada. Aunque Casado se crea un Rambo.
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