Desde
las elecciones americanas no deja de bullir en mi cabeza la expresión «poder
omnímodo». La decía con marcado acento
extranjero Gabino Diego en la genial película de Cuerda «Amanece, que no es
poco», cuando los estudiantes que encabezaba se enfadaron con una decisión del
alcalde del pueblo: «… nos vamos, pero, sin embargo, cuando seamos líderes, con
todo el poder omnímodo, no nos olvidaremos, alcalde, que usted nos toca las
pelotas». Y al no olvidarse, amenazaban implícitamente con tocárselas al
alcalde en el futuro, cuando ellos tuvieran el poder. Porque lo de tocarlas es vicio
habitual del mando.
Trump
no quiere reconocer su derrota. No le importa extender la duda sobre el funcionamiento
de la democracia americana. Pertenece a ese tipo de personas a las que nada afecta
que tras ellas venga el desierto. Donald, simplemente, no reconoce el fracaso,
hasta que la justicia le dé un varapalo. Y ni así estará dispuesto a dejar de
buen modo su «poder omnímodo».
Quien
ya ha sido vapuleada por la justicia es la consejería de educación. Los jueces
no han entendido que su medida, con respecto a la anulación de las vacaciones,
estuviera basada en razones objetivas para preservar a las familias –más concretamente
a los abuelos– del peligro de los trasiegos estudiantiles por el domicilio
familiar en ese tiempo de ocio. El problema es que rompieron unilateralmente,
de la noche a la mañana, acuerdos ya firmados, sin pedirle opinión a nadie. Y
considerando los parones educativos como meros caprichos que nada tenían que
ver con auténticas necesidades pedagógicas.
No
creo que actuaran como si fuese suyo el poder omnímodo, pero la decisión que
tomaron, y que la justicia finalmente frenó, ha roto la confianza del colectivo
de educadores. Nunca olvidarán que con ella han pretendido, de nuevo, tocarles…
las narices.
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