El Diario Montañés, 26 de enero de 2022
José
Ortega y Gasset tenía la capacidad de hablar de las cosas complejas con
sencillez, a la vez que podía atribuirles a los objetos más sencillos
características complejas. Le dedicó al marco (esa simple pieza que rodea a un
cuadro) una larga reflexión, en la que lo comparaba con una ventana, para luego
añadir que «un rincón de ciudad o paisaje, visto al través del recuadro de la
ventana, parece desintegrarse de la realidad y adquirir una extraña palpitación
de ideal». ¿Creen ustedes que quienes han colocado esas ventanas absurdas en un
par de paisajes cántabros lo han hecho para que las vistas adquieran esa «extraña
palpitación ideal»? Yo, tampoco. Más bien sospecho que se debe a una de esas
ocurrencias que alguien tuvo un buen día e hicieron fortuna. Lo que sucedió con
la multiplicación de rotondas en las ciudades.
Ponerle
ventanas al campo parece tan absurdo como ponerle puertas, aunque fuera posible
cerrarlas para evitar la entrada del viento del norte, que además del frío que
siempre aportaba, puede traernos ahora, según barrunta nuestro presidente,
partículas víricas de los vecinos. Y mira que nos gustaba la reciedumbre que traía
ese aire, cuando cantábamos a pleno pulmón lo de «tengo la fuerza del viento
del norte / y esa bravura que viene del mar», canción que colocan algunos por
delante de nuestro himno regional.
Si el
‘coronabicho’ viene con el viento, no lo frenarán muros ni concertinas, aunque
nos aseguren desde el Puerto de Santander que la «experiencia acumulada» en la
«lucha» contra los «intrusos» las señala como el mejor método de defensa. (Acaso
por eso, el día en que lo leí vino a mi cabeza el fragmento de una canción de Joaquín
Carbonell: «Hoy la patria es un corral para canallas, / Jesucristo, un cabrón
que pide asilo»).