El Diario Montañés, 19 de enero de 2022
Las
crónicas aseguran que Carlos V celebró varias veces su propio funeral,
introducido en un féretro y vestido con el ajuar que quería lucir en la otra
vida. Era previsor el emperador melancólico, que se había retirado a Yuste ostentando
el máximo poder, gobernador de un imperio donde no se ponía el sol.
En
Cantabria, como se ha encargado de resaltar estos días la prensa nacional,
tenemos un caso semejante, el de Eduardo Lera, que no celebró el suyo, pero anunció
su propia muerte tras haber recibido cuarenta y cinco balazos –ni más, ni
menos– de tres narcotraficantes de Chiapas. Aunque, según se dice, no lo hizo
para retirarse sino para evitar el requerimiento de un juzgado y reaparecer, amparado
en el olvido, en la formación política ‘Palencia Existe’. El problema fue que,
aunque la memoria colectiva es de una brevedad insoportable, las redes están al
alcance de todos y guardan las informaciones para siempre. Y en ellas estaba
plasmado el historial nebuloso del lebaniego, que fue apartado ‘ipso facto’ de
la campaña política de Castilla y León. Una pena, porque ya no podrá retratarse
entre vacas, ovejas, cerdos campestres (con perdón) o tractores, que es lo que
se lleva ahora en un discurso político construido desde el reduccionismo de los
mensajes tuiteros.
Siguen
refiriendo las crónicas que el emperador Carlos en su retiro cacereño engullía carne
con avidez. Y eso es algo que falta en la campaña castellana, porque, aunque se
hable mucho de su calidad, los políticos se conforman con contemplar a los
animales correteando libres y felices. La campaña merecería la presencia de
alguien que emulara al exministro Arias Cañete, que no se hartaba de consumir carne
roja en público cuando el asunto de las vacas locas. En ese espacio podría haber
encontrado un resquicio nuestro paisano.
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