La
duda suele ser buen camino para acercarse a la verdad. Solo las creencias religiosas
transitan por supuestos incuestionables. Esa es la fe. El problema radica cuando
los partidos políticos escriben sus propios catecismos –«libros de instrucción
elemental»– para distribuirlos a diario entre sus representantes provinciales,
con la intención de que memoricen los preceptos y los repitan multiplicados,
sin discusión. Esta semana tirios y troyanos han atacado al ministro Garzón por
decir una verdad de Perogrullo: que las macrogranjas no son beneficiosas ni
para los animales, ni para los ganaderos, ni para los consumidores, ni para el
medio ambiente, y que, además, la carne que producen no es precisamente de la
mejor calidad. «En el ámbito de la ganadería –añadió–, se deberían promover
sistemas productivos extensivos para aprovechar los recursos del ecosistema,
con razas autóctonas que están mejor adaptadas al territorio, y hacer un uso
más eficiente de los recursos». Y casualmente quienes se han lanzado a degüello
contra él son responsables políticos que tienen bajo su competencia la custodia
de las carnes de Denominación de Origen Protegida, que son aquellas «cuya
calidad o características se deben al medio geográfico, con sus factores
naturales y humanos, y cuya producción, transformación y elaboración se
realizan en la zona de la que toman el nombre».
Me
he documentado. En España, en cuanto al sector bovino, son las carnes de vaca de
Ávila, Cantabria, Sierra de Guadarrama, Morucha de Salamanca y vacuno del País
Vasco; y las de ternera asturiana, de Aliste, de Extremadura, Gallega, Navarra
y de los Pirineos Catalanes. Tomen nota los voceros.
Personalmente
tengo escasas certezas, pero intento defenderme, documentándome, de quien mantiene
las suyas a machamartillo. Si me falla la información, prefiero, como Krahe, caminar
con una duda antes que con un mal axioma.
No sigo
catecismos políticos.
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