Leyendo
las recientes declaraciones de José Antonio González Linares rememoré la
historia de aquel personaje de García Márquez que no tenía quien le escribiera.
Todos los viernes, durante quince años, el coronel jubilado se había dirigido a
esperar las lanchas del correo con la esperanza de que llegara la carta que documentase
su pensión de veterano de la guerra civil. Pero la carta nunca llegó. La evoqué,
porque tampoco le llegaron al exalcalde de San Felices de Buelna siquiera dos
letras de Revilla para responder a la misiva que le había enviado el antiguo
edil, darle alguna explicación y agradecerle los veintiséis años de servicio al
pueblo y al partido. Por eso González Linares está dolido. Y se ha dado de baja
del partido.
Supongo
que ser político de largo recorrido lleva consigo avanzar pisando los cadáveres
que vas dejando en el camino –en ocasiones causados por ti mismo–, algo que
debería saber de primera mano quien se introduce en ese negociado.
Por
otra parte, dejar de contestar a un antiguo compañero parece comprensible
cuando, además de tener ochenta y un años, tu cabeza está repleta de
actividades: que si recibir visitas en el despacho de gentes que vienen de
lejos para hacerse una fotografía contigo, que si escribir libros y promocionarlos
(que esa es otra), que si preparar los encuentros con Pablo Motos para dar bien
en televisión, que si acudir a ‘Mask Singer’ para cantar y bailar dentro de un
disfraz de Brócoli con el ahogo estresante que eso supone, que si asistir a los
plenos… Vamos, un sinvivir.
¿Volverán
a cruzarse, fuera ya de la política, los caminos González Linares y Revilla
para poder fundirse en un emotivo abrazo? ¿O cerrarán definitivamente su
aventura con la misma «mierda» con que finalizó García Márquez su novela?
Veremos.
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