Aquel
20 de noviembre de 1975 gastamos ocho pesetas para comprar el ‘Alerta’. Franco había
muerto de madrugada, y la tercera edición del periódico del Movimiento
reproducía el titular a toda página, «Franco ha muerto», con la imagen del
Generalísimo sobre fondo negro. Subimos al Seat 600, extendimos la portada por
el interior del parabrisas, arrancamos el coche y recorrimos los diecisiete
kilómetros que separaban Muriedas de la Peña Cabarga, haciendo sonar alegremente
el claxon.
En
Muriedas estaba el instituto de Camargo, donde estudiábamos el C.O.U. Como
todos los centros escolares, recibió la orden de suspender las clases durante
una semana. Entonces, cuatro jóvenes estudiantes, de entre diecisiete y
dieciocho años, tuvimos el impulso juvenil, imprudente y peligroso, de
trasladarnos desde allí hasta el monte de Cabarga, con gran bulla durante el
recorrido. La Peña Cabarga aportaba el riesgo añadido de ser el lugar que
elegían los vecinos de El Astillero cada primero de mayo para realizar unas
marchas que, disfrazadas de lúdicas, tenían carácter reivindicativo. El monte llevaba
el conflicto obrero grabado en sus entrañas rojas. Quizá ese detalle nos empujó
a tomar tan irreflexiva osadía.
Muchos
años después, demostrando que en algunas cuestiones los tiempos no siempre
avanzan en el sentido previsto, algunos alumnos de un Instituto público de ESO
de Valladolid, de similar edad a la nuestra de entonces, han cantado el ‘Cara
al sol’ en el Valle de Cuelgamuros. Y no son los únicos, porque el himno parece
estar de moda.
Aunque
solo fuera como didáctica democrática para aplicar a tanto reivindicador
ignorante del fascismo, es necesario defender los valores que sostienen nuestra
democracia, aquellos que violaron sin miramientos los vencedores de la camisa
nueva y que vuelven a estar amenazados.
En
ese sentido, bienvenidos sean los actos de conmemoración de los cincuenta años
de libertad.
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