El Diario Montañés, 19 de marzo de 2025
El
funcionamiento de las redes sociales puede transmitir una idea distorsionada de
lo que debe ser la democracia. Pese a que en ellas se discute de todo, la
participación tiende a convertirse insoportable. Bien se trate de opiniones
políticas o de discusiones deportivas –menuda semanita hemos tenido (y lo que
te rondaré) intentando discernir si hubo un toque o dos en el lanzamiento del
penalti atlético–, las redes tienen la propensión de convertirse en patios de
gritos y descalificaciones. Falta, sin duda, una buena dosis de educación, que
no se debe confundir con sumisión.
Sumisión
es la que manifiestan los coros de incautos que se colocan estratégicamente
detrás del líder o la lideresa en sus mítines o en sus declaraciones, mostrando
apoyo incondicional a base de asentimientos que realizan al unísono para
reafirmar su autoridad. Personalmente, me perturban. Son aduladores que pretenden
demostrar la infalibilidad de las palabras de su predicador jefe. Góspeles de
la aquiescencia, que se colocan hoy detrás de ti, y mañana vete a saber detrás
de quién. Solo necesitan que el que hable sea de su cuerda y esté montado en el
machito. Es un fondo que ambienta mucho. Aunque no sirva para la radio o el
periódico –por la falta de imágenes en la primera; por las imágenes fijas, en el
segundo–, el grupo de corifeos, a la espalda del líder o la lideresa, adorna tanto
en televisión como los pantalones vaqueros con la camisa remangada que utilizan
los protagonistas de los mítines de fin de semana con forzado estilismo.
Si
quieren que les diga la verdad, me disgustan ambas posturas. Protestar por
protestar, sin sentido ni civismo, o aplaudirlo todo con ofuscado
adiestramiento suelen ser muestras evidentes de que el fanatismo prevalece
sobre el criterio riguroso y comedido. Sobre el sentido común.
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