El Diario Montañés, 5 de marzo de 2025
Hablaba
el pasado domingo mi amigo Javi Llamazares de la edad y los peligros que con el
paso de los años nos acechan en los recodos de la vida. Y eso que apenas ha
iniciado las primeras rampas de la cincuentena. Qué diremos quienes ya vislumbramos
la pancarta de los setenta –más próximos, por lógica, al final de la etapa–, y tomamos
pastillas como suplementos imprescindibles para el camino. Es una cuestión de
perspectiva, importantísima para tener una visión (opinión) global.
De jóvenes,
la mirada solo sabe enfocarse hacia adelante; luego, con las vivencias de la
edad, se acumulan experiencias que nos permiten echar la vista atrás para poder
apreciar otros matices. Recientemente, en la boda de un notario –me han dado
fe–, los invitados treintañeros, compañeros de los novios, terminaron cantando
el cara al sol, como nosotros cantábamos ‘Paquito el chocolatero’. Quiero
pensar que lo hicieron como gracia, desconocedores de la realidad de aquella
España de represalias, mandiles, sabañones y rosario.
Con
diecinueve años, en 1976, mucho más jóvenes entonces que ellos ahora, mi
compañera Lines y yo pudimos ver en el cine la película de Chaplin ‘El gran
dictador’. Se había estrenado en 1940, pero en nuestro país no pudimos
descubrirla hasta la muerte de Franco, porque su lobreguez censora la había
prohibido (¿sería porque, a diferencia de quienes ahora lo reivindican como paladín
del desarrollo y la paz, él sí se consideraba un dictador?). Ver al
dictadorzuelo hacer malabarismos con la bola del mundo, en un tiempo que
avanzaba con paso dudoso hacia la democracia, nos invitaba a no tropezar con la
misma piedra.
Aunque
solo sea por eso, amigo Javier, los años no siempre vienen mal. Porque
últimamente algunos se empeñan en convencernos de las bondades de un tiempo que
en absoluto fue mejor.
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