El Diario Montañés, 6 de agosto de 2025
Ante
el turismo masivo que comienza a agobiarnos, parecería que se estén tomando
medidas preventivas. Algunas son anecdóticas, como la del estajanovista Feijoó,
que dijo que las vacaciones están sobrevaloradas (poco después, con el rostro bien
bronceado, recomendó que quienes no sepan distinguir una broma se tomen un
albariño y descansen). Otras son en verdad alarmantes, como la prevista proliferación
de parques eólicos que pueden destrozar el privilegiado paisaje de nuestra región.
Lo primero se quedó en una chanza propia de las declaraciones en directo cuando
se pretende ser gracioso y no se sabe callar a tiempo; lo segundo es
preocupante, porque el plan eólico dibujado sobre el mapa regional amenaza con
llenar el paisaje de molinos de hasta doscientos metros de altura y pistas para
poder acceder a ellos y a las torres eléctricas que trasladarán la energía eólica
a centros de transformación y distribución, porque no siempre se utilizarán
cables subterráneos.
En
abril de 2022 Gochicoa, entonces consejero regional, presentó un proyecto que
pretendía «que las zonas de exclusión supusiesen un 93,9% de la región, y las
zonas condicionadas un 3% adicional». De ese modo solo quedaba el 3% del
territorio «sin restricciones para la implantación eólica». Desconozco si el BOE
del 14 de julio, publicado con alevosía veraniega, recoge el cambio radical de
aquella propuesta, pero lo cierto es que las zonas implicadas en el actual desarrollo
eólico sostienen que «llega sin avisar, sin información y sin tener en cuenta a
los vecinos».
De
ser así, parecería que los responsables políticos estuvieran solo preocupados
de que esos artefactos gigantescos no estropeasen las maravillosas vistas de la
bahía desde los miradores de la ciudad, porque nuestra costa representa «el
refugio de una España que se achicharra».
En
cuanto al interior, supondrán que su belleza podrá atenuar cualquier
desaguisado.
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