El Diario Montañés, 12 de noviembre de 2025
Esta
pasada semana he alcanzado una frontera que no debería pasar desapercibida:
según las estadísticas, solo me restan doce años para cumplir los ochenta y lograr
así una de las condiciones que parece necesaria para entrar en la lista
nacional de Forbes. No debo, pues, perder la esperanza, sino cultivar la
paciencia como si se tratara de un fondo de inversión a largo plazo. Lo decía
Cela: en nuestro país, el que resiste, gana. Y yo, modestamente, ya llevo
resistiendo lo mío.
Mientras
que en el resto de las economías avanzadas la mayoría de los millonarios han
surgido a partir del año 2000, impulsados por las nuevas tecnologías, en España
la riqueza de los más poderosos sigue representando una economía más propia del
siglo XX. Proceden de negocios familiares, pequeños y añejos, que con el tiempo
se han convertido en auténticas multinacionales. Casi siempre hablamos del
ladrillo, la alimentación o la ropa, sectores tan tradicionales como rentables.
De ahí que de las cien personas más ricas de España, veintiocho octogenarios
–con una media de 84,5 años, los muy majetes– acaparen más de la mitad de la
fortuna nacional. Son discretos, alejados de los focos, al modo antiguo, y su
ejemplo confirma que saber envejecer es una buena estrategia financiera.
Predecir
el futuro de sus patrimonios no exige ser visionario: los herederos ocuparán el
trono, ya talludos, marcados por la edad provecta de sus antecesores. Como
Carlos de Inglaterra, que estrenó corona con más achaques que entusiasmo, los
nuevos ricos heredarán las fortunas con las frentes marchitas.
Por si
las moscas, me he propuesto envejecer con estilo, como el buen vino, no sea que
un giro inesperado del destino me acerque a la riqueza. Si la alcanzo, quiero
disfrutarla sin dolores de espalda ni rodillas lastimeras.
Por eso practico el
pilates.

No hay comentarios:
Publicar un comentario