No suelen ir de la mano
prudencia y economía. La primera toma su tiempo en cada decisión, la segunda se
la juega con la duda; por eso ambas han estado midiendo sus fuerzas durante este
confinamiento. Calculan quienes de esto saben que una semana con las fronteras cerradas
le cuesta al turismo regional cerca de dieciocho millones de euros, de los que aproximadamente
cuatro y medio los aportan los vascos. Es lo que ha llevado a Revilla a soñar
con la apertura ilimitada de la frontera del este, esa a la que se refirió como
«la muga». Pero tiene la sospecha de que el personal de uno y otro lado quizá no
se comporta de manera responsable (algunos del lado de allá nunca han dejado de
pasar a este, y algunos camareros de este, aun viviendo del sector servicios,
en más casos de los deseables utilizan las mascarillas como barbuquejos, mientras
aclaran al cercano y desprotegido comensal las dudas que genera una carta que ofrecen
en papel multiuso). Por eso, cuando el flujo transcurra libre, ha manifestado el
presidente que tanto Urkullu como él tendrán que «sensibilizar» a los
ciudadanos sobre la importancia de ser rigurosos en el respeto a las normas, «para
que no haya necesidad de que tengamos que arrepentirnos de esto que vamos a hacer».
Margarita del Val,
experta viróloga que nos mete el miedo en el cuerpo con cada una de sus
declaraciones, ha dicho que acaso la segunda oleada del virus se adelante a
julio, coincidiendo con la movilidad, porque el bicho todavía sigue ahí. Habrá,
pues, que ser rigurosos, no bajar la guardia y subir la mascarilla a su lugar. Así
caminarán de la mano prudencia y economía. Porque en situación tan grave como
esta no sirve lo de «arrepentidos los quiere el Señor».
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