A
nuestra sociedad le fascina el temor. Sufrimos desengaños si nos enteramos de
que algunos peligros con los que nos alarman los informativos no tienen
fundamento. El cocodrilo de Valladolid no resultó ser tal, con lo bien que vendría
para promocionar el turismo de aventura. Igual ha sucedido con la pantera
granadina, que se ha identificado con un gato negro, grande y bien alimentado, un
animal mucho más prosaico.
Así que
la perplejidad nos dura «lo que duran dos peces de hielo en un ‘wiski on the
rocks’». Por eso cuando la realidad diluye los asombros, buscamos otros. Pasó,
por citar ejemplos conocidos, con los chupacabras chilenos, que no debían de
ser más que perros atacados por la sarna, sin fuerzas para engullir a sus
víctimas; o con el kraken escandinavo, que, aunque nadie ha visto, dicen que también
habita en los fondos marinos de Asturias –tan cercanos–, e incluso da nombre al
restaurante del Acuario de Gijón. ¡Ay, si pillamos alguno aquí! ¡Qué bueno sería
para colocar nuestras rabas en un escalón todavía más alto! ¡Rabas de Kraken! ¡Menuda
promoción, Revilla! O si las medusas gigantes que llegan a nuestra costa desde
caladeros más cálidos fuesen comestibles… Pero no desesperemos. Las visitas
nocturnas a Cabárceno pueden sorprendernos con faunas inquietantes.
Además,
siguen aflorando seres terroríficos. Abundan los okupas, que las empresas de
seguridad y los diputados populares ven por todos lados. Estos últimos los denuncian
apiñados en La Moncloa, en el ala izquierda, tras haber accedido al gobierno derribando
de una patada la puerta de nuestra democracia. Son peligrosos –los okupas–,
pero a los populares les dan un respiro ahora que Francisco Martínez tira de la
manta del caso Kitchen, que para ellos puede ser otro bicho peligrosísimo.
Por
eso les viene muy bien este otro mal.
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