La
pandemia lo pone todo patas arriba. Hay cientos de pequeños negocios que apenas
sobreviven. Por eso no debemos actuar como si nada pasara, porque es mucho lo
que está pasando. Quienes creemos que el covid es muy peligroso, guardamos
todas las precauciones posibles y respetamos las normas, por duras que sean. El
ecónomo de la diócesis de Orihuela, capaz de creer a pies juntillas en lo que
no ve, negó una y otra vez lo que tenía ante sí. No quería usar mascarilla en
misa ni en las reuniones episcopales ni en ningún lugar, recibió con malos
modos a los policías cuando le recriminaron su actitud ante la queja de los
feligreses, y ahora que se ha contagiado se encomienda a la medicina –«por lo
visto Dios debe andar en sus asuntos»,
decía un verso de Lauro Olmo– para que lo curen y no vaya a más una infección que ya
afecta a veinte curas, enfermeros y trabajadores de la casa sacerdotal de
Alicante.
Tenemos
que ser respetuosos, aunque haya medidas que nos den directamente en la línea
de flotación. Si no las cumplimos todos, la cosa puede ir a peor, ahora que
parece que está mejorando. Como presidente de un club deportivo, sé que los
niños están sufriendo en sus propias carnes la falta de deporte, algo tan esencial
para ellos como el oxígeno que respiran. Pero por respeto cívico, por
compromiso social, no permitiré usar atajos que pongan en riesgo la salud de
los demás. Las reglas están para cumplirlas, y más en este campo que, además de
prepararlos físicamente, debe transmitirles los valores del espíritu deportivo
y el juego limpio. Nada de fullerías o engaños.
Volvamos
a un tiempo cuando nos lo permitan, porque, aunque estemos en el país de la
picaresca, no todo puede valer.
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