Éramos
tan ingenuos que pensábamos que podríamos salir de la pandemia convertidos en
mejores personas, pero no. Nos hemos echado a la calle con las mismas ansias que
esos perros que, tras estar amarrados todo el día, no saben gestionar su escasa
libertad cuando los sueltan (las comparaciones son odiosas, aunque es este caso
habría que ver para quién). Tenemos barra libre para los botellones, que comienzan
a convertirse en el nuevo deporte nacional de masas durante los fines de semana
y vísperas de festivos. Nos acostamos con peleas y nos desayunamos con basureros
quemados, situación que puede parecer lógica porque los implicados en las
grescas no los suelen utilizar para guardar en ellos los restos de suciedad: prefieren
componer con las sobras un lamentable paisaje después de la batalla.
Ahora,
con la práctica desaparición de las restricciones, también se puede volver a
las gradas para gozar en directo de los espectáculos deportivos, aunque algunos
lo han hecho desmadrados, aprovechando la ocasión para insultar con palabras vejatorias
y utilizar amenazas sexuales a las futbolistas del Osasuna B. Ese reducido
grupo de energúmenos ha colocado lamentablemente el nombre de Nueva Montaña en
el primer plano de la prensa nacional, en la que ha comenzado a aparecer
algunos comentarios –la falsa libertad del anonimato– que ponen los pelos de
punta. «Cuanta gilipollez muchacha. Si no te gusta eso tendrás que dejar el
fútbol o acostumbrarte a escuchar eso y más porque la cosa siempre ha sido así»,
ha dejado escrito en el foro de un periódico nacional un encubierto
participante.
Mal
vamos como sociedad si seguimos caminando por estas sendas del desatino. Qué
pena no poder ser como Pérez Reverte –nuestro recio Steven Seagal del
columnismo patrio– para despachar aquí tales situaciones con un sonoro taco y
algún bofetón. ¡Voto a Bríos!
Todo muy bien pero el ¡Voto a Brios! Inmensurable.
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