El Diario Montañés, 31 de agosto de 2022
Hemos
conocido que en Cantabria se ha disparado la mortalidad un 23,22% en los siete
primeros meses del año con respecto al mismo periodo de 2021, lo que supone 4,5
veces más que en el resto de España. El Instituto Carlos III, por una parte, y el
director general de Salud Pública, Reinhard Wallmann, por otra, conocen a la
perfección cuántas personas han muerto, qué edad tenían y si eran mujeres u
hombres, pero discrepan en cuanto a determinar de qué han muerto. Y eso denota
cierta laxitud, porque se puede pensar que los encargados de certificar el
‘exitus letalis’ (así nombran los doctores la «salida hacia la muerte») no hayan
hecho bien su trabajo, en cuanto a la determinación de las causas.
Uno
de los éxitos editoriales de Alianza Editorial se produjo en 1995 con el libro ‘Cómo
morimos’, del cirujano estadounidense Sherwin Bernard Nuland. En él estudiaba esa
experiencia final por la que todos acabaremos pasando, y ante la que nos preparamos,
en una especie de cruel adiestramiento, viendo cómo desaparecen nuestros seres
queridos. El doctor americano realiza en dicha obra una descripción precisa y
detallada, sin paños calientes, de cuantos procesos de degradación –clínicos, biológicos
y psicológicos– se producen en el tránsito hacia el final. Minuciosamente analizados,
según las siete formas habituales de morir: el cáncer, el SIDA (ahora, el COVID-19
o las infecciones en general), las enfermedades cardiacas, los accidentes
cerebrovasculares, el Alzheimer, la vejez y las muertes violentas.
Un
certificado médico de defunción no exige recoger tantos detalles. Tan solo que
esté «firmado por un médico licenciado que acredite el día, la hora y las
causas del fallecimiento». Analizarlas no debería resultar complicado, siempre,
claro está, que hayan sido determinadas. Después –y eso sería lo más fácil–, habría
que organizarlas para una sencilla estadística.
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