El Diario Montañés, 3 de agosto de 2022 ©Roberto Ruiz (El Diario Montañés)
El
periodo vacacional, que para algunos comienza ahora, es temporada idónea para
la relajación. En este verano caluroso y seco, que según los científicos va a
ser el más fresco de nuestras vidas, se celebran muchos festejos. Agosto es mes
de romerías, de comidas campestres y charangas, de procesiones, de exaltación
del folklore regional… y de otras actividades simpáticas, más cuestionables, algunas
chocantes, absurdas quizá. Una de las más extravagantes es el ambiente andaluz
que nos ocupa desde abril, y que en Cantabria respiramos por cualquier lugar.
Ha tenido –y sigue teniendo– su máxima exaltación en la Semana Grande de
Santander, con bailes de sevillanas y venta de mojitos en cada calle, poniendo
una nota de color foráneo –«Sevilla tiene un color especial», cantaban ‘Los del
Río’–. Otra nota pintoresca, aunque supuestamente más cercana a lo nuestro, ha
sido el primer campeonato mundial de comedores de sobaos, en Ambrosero, que, para
pequeño disgusto del orgullo local, ganó Anier Gonzálvez, un espigado joven madrileño.
(Este concurso puede procurarles fama, tanto a él –esperemos que no de comilón–
como al lugar, incluso más que la procedente de cualquier otra actividad, como
demuestra el ejemplo de Teodoro García Egea y su pueblo, Cieza, donde se
proclamó campeón del mundo de lanzamiento de huesos de aceituna en 2008, tras proyectar
la semilla ovalada, a pleno pulmón y sin canuto de propulsión, a 16,84 m).
Siendo
justo, debo añadir que también por las calles de Santander ha habido una
muestra del folklore regional, con el desfile de casi trescientos
participantes. Al verlos recordé a Gustavo Cotera, quien con su obra se empeñó en
que nadie nos empañara las tradiciones, la pureza de los trajes regionales, la
mitología y muchas de nuestras esencias. Un personaje al que debemos agradecimiento
eterno.
Para
sí lo quisieran otros.
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