Debemos
prepararnos para otra campaña política donde cada partido intentará convencernos
de que sus propuestas son las mejores. Es lo que corresponde cada cuatro años
–y que no falle porque sería mala señal–, cuando los responsables salen a la
calle y tratan a los ciudadanos de tú a tú. De fondo, los usuarios de las redes
sociales hablarán bien o mal, según estén o no de acuerdo con las propuestas de
cada cual.
Eso
no es malo, siempre que se haga con respeto. Pero quienes creyeron firmemente
que las redes iban a poner al alcance de todos la posibilidad de opinar sin
cortapisas, no tuvieron en cuenta que en ese patio virtual de vecinos podrían
entrar algunos resentidos que, amparados en el anonimato, tenderían a cualquier
hora sus trapos sucios en el tendedero de las ignonimias hasta salpicar a todos.
Las acusaciones sin pruebas y los bulos son apenas la punta de un iceberg en el
que los pequeños se conforman con la carnaza de la violencia –que aplauden unos
cuantos, sin criterio, incapaces de separar el polvo de la paja–, mientras que otros,
más poderosos, manipulan nuestra opinión desde la parte sumergida buscando
intereses más oscuros. Se generaliza así la inseguridad de las certezas.
Ahora
que la brújula de las redes sociales parece encaminarnos hacia la confusión, se
necesita más que nunca ahondar en la sensatez. Y resulta difícil, porque gran
parte de los programas con mayor audiencia televisiva parecen darle la razón a
quien más chilla y no a quien mejor argumenta. ¿Vendrán de ahí estos lodos de
las redes? En todo caso, los medios serios de comunicación tienen mucho que
aportar, fijando las verdades, limpiando los bulos y dando esplendor a la
información relevante, hasta convertirse en academia de veracidad.
Sin
duda, una misión necesaria.
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