El Diario Montañés, 5 de abril de 2023. Foto: GETTY IMAGES / PeopleImages
Por
las mañanas suelo ver ardillas correteando por el terreno trasero de mi casa, y
siento un contento especial. Cuando las grabo mientras comen las nueces o las
avellanas, que dejamos en los árboles, colocadas en cestas, la grabación se sonoriza
con cánticos de mirlos, jilgueros, petirrojos, chochines… que, como siempre en primavera,
bajan al pueblo para construir sus nidos. Sus instintos reproductores se despiertan
para seguir consumando el milagro de la vida. Mas, el peligro no está lejos. En
el monte cercano, otros animales no tienen tanta suerte, porque Cantabria se está
achicharrando, casi siempre por culpa de la mano humana. Arden los bosques,
mueren los árboles y los miles de criaturas que tienen allí su hábitat. Algunos
dicen que detrás del fuego están las protestas contra la inclusión del lobo en el
«Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial». Otros, que
son los ganaderos los que queman matorrales para conseguir pastos, aunque ellos
sostienen que «la ganadería extensiva es la mejor aliada contra los incendios
forestales, y no su causa». No lo sé. Pero sea cual sea el motivo, todos
perdemos cuando el monte se quema (me atrevo a afirmar que quien lo incendia
comete un delito contra la humanidad).
En
lo referente al lobo, los que apuestan por «la extracción y captura de
ejemplares» –una manera eufemística de disfrazar su muerte– deberán tener mucho
cuidado de no cometer errores si se consiente el horror de alguna «extracción».
Dicen los vecinos de Castillo de Siete Villas que quienes abrieron fuego hasta
matar con nocturnidad a un chivo amarrado en una finca de la localidad fueron
dos agentes de Medio Natural. Estaban controlando la población de jabalíes, se confundieron
y convirtieron al bóvido en chivo expiatorio.
Cuando
jugamos con fuego, se nos puede ir de las manos.
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