El Diario Montañés, 12 de febrero de 2025
Vaya
por delante que le estoy agradecidísimo a nuestro Insalud por la atención que
me dan –diría que nos dan– cada vez que acudo al médico de familia o a un
especialista. Personalmente, con ligeras excepciones –no en vano tratamos con
personas humanas, como dice mi amiga Maribel, firme creyente de la existencia
de las divinas–, me encuentro muy bien tratado cuando me reciben. Pero ahí radica
el obstáculo que imposibilita que ese funcionamiento sea redondo: que te suelen
recibir con demasiada tardanza. El tiempo que transcurre desde que obtienes el
volante médico solicitando pruebas diagnósticas específicas, hasta que tienes la
primera cita, suele resultar demasiado largo (aunque parezca un contrasentido, porque
volante proviene de volar). Pero cuando ya consigues ese primer reconocimiento,
no es conveniente tirar cohetes de alegría, porque tan solo has superado la
primera barrera, antes de chocar con el segundo muro: las listas de espera y la
promesa incierta del «esté atento, que ya le llamaremos».
Esta
semana apareció en la pantalla de mi móvil un número largo de teléfono, de esos
que, no sé por qué, suelen sobresaltarme. Era de mi centro de salud. Respiré
aliviado. Una voz femenina, muy amable, me comunicaba la fecha de una cita que
había pedido mi médica de familia al servicio de oftalmología para que
consideraran una posible catarata de mi ojo derecho. Tras el saludo y la
identificación inicial, me pidió que tomara nota. «Será el 12 de diciembre»,
dijo. «Pero esa fecha ya pasó», contesté con socarronería, «a no ser que se
refiera usted al diciembre próximo, dentro de diez meses». «Me temo que va a
ser ese diciembre», me respondió con tono de disculpa. «Hable con su doctora de
cabecera para ver si puede urgir la cita».
Si
os soy sincero, sigo sin verlo claro.
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