El Diario Montañés, 26 de febrero de 2025
Poco
tiempo después del intento de golpe de Estado del 23F, el dramaturgo Lauro Olmo
me comentaba la importancia de descubrir los términos de una más que probable
conversación aquella noche entre Juan Carlos I y don Juan, su padre. Como autor
teatral tenía claro que si aquel diálogo se había producido, sería crucial
conocerlo. Pero de momento no podremos saberlo. Los secretos del entramado siguen
vigentes pasados cuarenta y cuatro años… y lo que te rondaré, pues el Tribunal
Supremo dictaminó que la documentación continúe clasificada hasta «veinticinco
años después de la muerte de los procesados o cincuenta tras el golpe de
Estado». Es decir, hasta 2031.
Aquella
tarde de lunes, en Santander, supongo que también en otras ciudades, se soliviantaron
los ánimos (hubo cohetes y otros sonidos más sospechosos) entre algunos recalcitrantes
que luego medraron encaramados en la ola de la democracia. En la Comandancia de
Marina, donde cumplía dieciocho meses de servicio militar, esa misma noche
decidieron dejar la guardia normal y enviarnos a los demás a nuestros domicilios.
Una medida que permitió que algunos sopesáramos seriamente la huida a Francia,
al menos hasta que Juan Carlos paró la intentona tras su mensaje en la
televisión. El martes 24 nos acuartelaron, cuando ya se habían entregado los
golpistas. Cenamos, amontonados en el comedor, arroz a la cubana con un par de
huevos, lo primero que buenamente pudo improvisar Gonzalo Piñeiro, que era el responsable
de la cocina. El problema llegó cuando los mandos comprobaron que era imposible
que pernoctáramos todos, pues no había literas para tanto marinero: el
funcionamiento de la Comandancia contemplaba una guardia cada tres días, por lo
que solamente disponían de un tercio de camas. De nuevo nos enviaron a casa.
Aquel
disparate se adelantó cuatro años a la comedia berlanguiana de ‘La vaquilla’.
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