martes, 30 de septiembre de 2025

TERTULIAS CON VOCERÍO (1 de octubre de 2025)


 El Diario Montañés, 1 de octubre de 2025

Dicen que los perros pueden entender más de ciento cincuenta palabras. No está mal, si tenemos en cuenta que es la misma cantidad que manejan los niños de tres años. Bruma, mi perra fiel, secretaria que me acompaña mientras esto escribo, ha desarrollado gran capacidad de percepción, y un raciocinio que para sí quisieran los tertulianos de la prensa rosa o deportiva, que tanto monta, porque ambas conviven dentro de un ecosistema televisivo viciado por los gritos y la nula comprensión. Pensaba en esto mientras, por lances de la vida, soportaba los programas televisivos que, con noventa y cinco años, consume mi suegra, adormilada, sin apenas comprenderlos, pero a todo volumen, quizá por necesidad del ruido de fondo. Si cambiara con rapidez el canal y mezclara las infidelidades del torero y la folklórica con los exabruptos de Roncero, la confundiría con facilidad.

Entonces vino a mi memoria el soneto que José María Pemán dedicó a José María Cossío deseándole una vejez tranquila, paseando por Tudanca y, ya chocho, mezclara sus tres aficiones principales, literatura, toros y fútbol:

«El famoso marqués de Santillana / era del “Racing” delantero centro. / ¡Y cómo toreaba en cada encuentro / “al natural”, con su muleta grana! / Se llamaba José. Por su ventana / se veía Tudanca, sierra adentro: / eje de la Poesía y epicentro / donde “el Gallo” compuso La Araucana. / Mientras, Pepe Luis Bécquer Suárez, / del “Barcelona” y de las Rimas gala, / nos colaba un “penalty” de cantares. / Este es, lector, mi cielo y mi Valhala: / Pereda… Peña Amaya… Cielos… Mares… / Una marquesa… un puro… ¡un gol!... ¡Kubala!».

Cuando leo el artículo en voz alta, como tiene trescientas palabras, Bruma no lo entiende completamente. Pero sospecho que llega un poco más allá que algunos tertulianos.

martes, 23 de septiembre de 2025

HOY NO ME QUIERO LEVANTAR (24 de septiembre de 2025)

 

El Diario Montañés, 24 de septiembre de 2025

Resulta que la murria que nos ataca los domingos por la tarde es un síndrome que, como exige el rigor científico, tenía su nombre correspondiente en inglés: 'sunday scaries' ('terrores del domingo'). Cuando lo supe, experimenté el mismo asombro que Jourdain, el protagonista de ‘El burgués gentilhombre’; él llevaba más de cuarenta años expresándose en prosa sin saberlo, y yo sufro los rigores dominicales hace más de sesenta años –desde que tengo uso de razón– sin nombrarlos correctamente.

Y mira que los domingos suelen comenzar bien, con un desayuno tranquilo, rememorando la prometedora tarde de los viernes, cuando teníamos por delante todos los proyectos de holganza, o la fiebre pasional del sábado noche –si todavía la edad admite ciertas licencias amatorias–. Pero a eso del atardecer, no sé qué es lo que nos pasa, que el alma comienza a capitidisminuir y surgen terrores infundados, porque no parece racional tener más miedo a un jefe que, pongamos por caso, a un oso, por mucho que el primero nos considere bolcheviques si pretendemos trabajar unas horas menos a la semana.

Yo tengo que confesar que, aun jubilado, sigo amurriándome, perdón, padeciendo ‘sunday scaries’, en los sopores vespertinos de los días festivos, previos al curro –como cuando dicen que los miembros, incluso amputados, continúan doliendo–, y los lunes me arrebujo con fuerza en las sábanas porque no me quiero levantar.

Quizás haya dado en pensar en este asunto motivado por la particularidad que tenía el pasado domingo, víspera de la entrada del otoño, con un tiempo lluvioso y gris, radicalmente distinto al veraniego, que anunciaba el regreso de nuestros responsables políticos al debate en el Parlamento de Cantabria, que ha puesto en marcha «un nuevo curso marcado por una “intensa” agenda legislativa».

¡Menuda mala tarde habrán pasado los pobres! ¡Qué faena!

martes, 16 de septiembre de 2025

LO QUE EL LENGUAJE ESCONDE (17 de septiembre de 2025)

 

El Diario Montañés, 17 de septiembre de 2025

El lenguaje, que nació con vocación de entendimiento, en consonancia con estos tiempos convulsos se utiliza como herramienta de desencuentros. Aunque entre el blanco y el negro existen numerosos matices de grises, nadie quiere apreciarlos, y los grupos ideológicos prefieren posicionarse en uno u otro lado del espectro cromático para mostrar, cual armas arrojadizas, las diferencias. Y dado que las palabras tienen múltiples caras, como los poliedros, no ayudan a la concordia y se convierten en balas de división. Basta con que unos proclamemos que Israel está cometiendo un genocidio con Gaza, para que rápidamente otros nos consideren zurdos de pensamiento, porque un pensamiento diestro, como dios manda, a lo sumo admitirá el término presión, nunca el de genocidio.

La Vuelta ciclista a España ha servido de escaparate para mostrarle al mundo, según los primeros, lo mejor de nuestro país, denunciando el genocidio; para los segundos ha supuesto una vergüenza internacional, muestra de nuestra ruindad. Allá cada cual con su conciencia, si es que aún nos queda. Poner en el mismo nivel de la balanza los asesinatos de Gaza –según Save the Children, «al menos un niño palestino ha sido asesinado cada hora, de media, por las fuerzas israelíes en Gaza durante casi 23 meses de guerra, en total más de 20.000»– y la suspensión del final de la última etapa, es para que nos salgan los colores, salvo que seamos freires, delgados o similares.

En esto del lenguaje, un conocido empresario cántabro, simpatizante del orden y la jerarquía, no tuvo reparo alguno cuando calificó de bolchevique la pretensión del gobierno de reducir unas pocas horas la jornada laboral. Tuve que recurrir a la faceta diplomática de la lengua y esconder el enfado que me producían sus palabras tras un taco refinado, cual personaje del novelista Ignacio Sanz: «Cagüen Dioro».

martes, 9 de septiembre de 2025

CONTAMINACIÓN TECNOLÓGICA (10 de septiembre de 2025)

 

El Diario Montañés, 10 de septiembre de 2025

Cada vez que introduzco la basura en su contenedor correspondiente de reciclaje, sospecho que después puede ir a parar a cualquier sitio. Aun así, ciudadano cabal, cumplo con el deber cívico de depositarla en su lugar en busca de un mundo mejor. 

En esas estaba cuando mi hijo –enormemente respetuoso con nuestro planeta– me sugirió que me informara sobre el impacto de las nuevas tecnologías en el medio ambiente. «No son tan limpias», dijo, y añadió otro jarro de agua fría al incluir en la ecuación a los coches eléctricos, «apenas tienen vida útil para amortizar la contaminación de sus baterías; puedes comprobarlo». Lo hice utilizando la IA y obtuve resultados asombrosos: «El impacto ambiental de las tecnologías digitales está creciendo rápidamente, en especial por el auge de la inteligencia artificial y el uso masivo de plataformas tecnológicas. Google ha emitido 14,3 millones de toneladas de carbono en 2023 (el 48% más desde 2019); Meta (Facebook, Instagram, WhatsApp) 7,5 millones de toneladas; TikTok más de 50 millones de toneladas al año (supera las emisiones anuales de Grecia); YouTube 11,13 millones de toneladas en 2016 (equivalente a las emisiones anuales de Madrid); Inteligencia Artificial hasta 100 millones de toneladas al año. Las emisiones totales han aumentado un 150% entre 2020 y 2023. Además, los centros de datos consumen enormes cantidades de electricidad, y agua para refrigeración. Los más grandes pueden gastar hasta diecinueve millones de litros diarios».

Confieso que estas cifras me acojonaron y me hicieron pensar en las necesidades del Proyecto Altamira, nuestro futuro macrocentro tecnológico y de datos, anunciado con gran despliegue publicitario como uno de los más grandes de Europa. (También debo admitir que recurriendo a la IA para obtener esta información me he sentido tan culpable como cuando por error meto los residuos en el recipiente equivocado).

martes, 2 de septiembre de 2025

MI GRAN NOCHE (3 de septiembre de 2025)

 

El Diario Montañés, 3 de septiembre de 2025

Este pasado fin de semana fui orgulloso padrino en la boda de mi hija, y por fin pude superar la incertidumbre que había vivido con anterioridad. Y no es que me preocupara la ceremonia –sencilla, sin cura ni lujos–; me preocupaba que, según la tradición, debía bailar el vals. ¿Bailar yo? Dejé claro desde el primer momento que eso era imposible. Desconozco si nací sin el don de la coordinación, o con el de la vergüenza excesivamente desarrollado, pero lo cierto es que no me veía, ni quise que los demás me vieran, haciendo el ridículo (bastante me costó apuntarme a las clases de pilates hace unos meses porque me iban a «venir bien para la salud»).

Dándole vueltas al caletre se me ocurrió un plan que al final resultó eficaz: como no quería hacer piruetas ni alardes (mucho menos ese día en que decenas de cámaras de los invitados estaban atentas para grabar cualquier desaguisado), acuné a mi hija en el hombro, mientras sonaba la susurrante voz grave de Leonard Cohen cantando ‘Take this Waltz’, lo mismo que hacía para dormirla cuando era pequeña. Aquello me emocionó (y creo que emocionó a los demás) hasta las lágrimas. Pero preferí que estas fuesen de ternura y no producidas por mis movimientos descoordinados durante el baile.

Los asistentes tuvieron la oportunidad de reír después a mandíbula batiente con la actuación en directo de ‘Mamá Ladilla’, la banda musical que formó mi amigo Juan Abarca, quizá obligado al comprobar que la música clásica (él es profesor superior de guitarra) apenas le alcanzaba para malvivir. Fue entonces cuando orientó parte de su saber hacia la composición de las letras irreverentes y gamberras de sus canciones. Ellos, que no son uno sino tres, hicieron que todos olvidaran mi gran noche. Todos, menos yo.