El Diario Montañés, 17 de septiembre de 2025
El
lenguaje, que nació con vocación de entendimiento, en consonancia con estos
tiempos convulsos se utiliza como herramienta de desencuentros. Aunque entre el
blanco y el negro existen numerosos matices de grises, nadie quiere apreciarlos,
y los grupos ideológicos prefieren posicionarse en uno u otro lado del espectro
cromático para mostrar, cual armas arrojadizas, las diferencias. Y dado que las
palabras tienen múltiples caras, como los poliedros, no ayudan a la concordia y
se convierten en balas de división. Basta con que unos proclamemos que Israel
está cometiendo un genocidio con Gaza, para que rápidamente otros nos consideren
zurdos de pensamiento, porque un pensamiento diestro, como dios manda, a lo
sumo admitirá el término presión, nunca el de genocidio.
La
Vuelta ciclista a España ha servido de escaparate para mostrarle al mundo,
según los primeros, lo mejor de nuestro país, denunciando el genocidio; para los
segundos ha supuesto una vergüenza internacional, muestra de nuestra ruindad.
Allá cada cual con su conciencia, si es que aún nos queda. Poner en el mismo
nivel de la balanza los asesinatos de Gaza –según Save the Children, «al menos
un niño palestino ha sido asesinado cada hora, de media, por las fuerzas
israelíes en Gaza durante casi 23 meses de guerra, en total más de 20.000»– y
la suspensión del final de la última etapa, es para que nos salgan los colores,
salvo que seamos freires, delgados o similares.
En
esto del lenguaje, un conocido empresario cántabro, simpatizante del orden y la
jerarquía, no tuvo reparo alguno cuando calificó de bolchevique la pretensión
del gobierno de reducir unas pocas horas la jornada laboral. Tuve que recurrir a
la faceta diplomática de la lengua y esconder el enfado que me producían sus
palabras tras un taco refinado, cual personaje del novelista Ignacio Sanz: «Cagüen
Dioro».
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