El Diario Montañés, 24 de septiembre de 2025
Resulta
que la murria que nos ataca los domingos por la tarde es un síndrome que, como
exige el rigor científico, tenía su nombre correspondiente en inglés: 'sunday
scaries' ('terrores del domingo'). Cuando lo supe, experimenté el mismo asombro
que Jourdain, el protagonista de ‘El burgués gentilhombre’; él llevaba más de
cuarenta años expresándose en prosa sin saberlo, y yo sufro los rigores
dominicales hace más de sesenta años –desde que tengo uso de razón– sin
nombrarlos correctamente.
Y
mira que los domingos suelen comenzar bien, con un desayuno tranquilo,
rememorando la prometedora tarde de los viernes, cuando teníamos por delante todos
los proyectos de holganza, o la fiebre pasional del sábado noche –si todavía la
edad admite ciertas licencias amatorias–. Pero a eso del atardecer, no sé qué
es lo que nos pasa, que el alma comienza a capitidisminuir y surgen terrores infundados,
porque no parece racional tener más miedo a un jefe que, pongamos por caso, a
un oso, por mucho que el primero nos considere bolcheviques si pretendemos
trabajar unas horas menos a la semana.
Yo
tengo que confesar que, aun jubilado, sigo amurriándome, perdón, padeciendo
‘sunday scaries’, en los sopores vespertinos de los días festivos, previos al
curro –como cuando dicen que los miembros, incluso amputados, continúan doliendo–,
y los lunes me arrebujo con fuerza en las sábanas porque no me quiero levantar.
Quizás
haya dado en pensar en este asunto motivado por la particularidad que tenía el
pasado domingo, víspera de la entrada del otoño, con un tiempo lluvioso y gris,
radicalmente distinto al veraniego, que anunciaba el regreso de nuestros
responsables políticos al debate en el Parlamento de Cantabria, que ha puesto
en marcha «un nuevo curso marcado por una “intensa” agenda legislativa».
¡Menuda
mala tarde habrán pasado los pobres! ¡Qué faena!
No hay comentarios:
Publicar un comentario