Dicen
que los perros pueden entender más de ciento cincuenta palabras. No está mal,
si tenemos en cuenta que es la misma cantidad que manejan los niños de tres
años. Bruma, mi perra fiel, secretaria que me acompaña mientras esto escribo,
ha desarrollado gran capacidad de percepción, y un raciocinio que para sí quisieran
los tertulianos de la prensa rosa o deportiva, que tanto monta, porque ambas
conviven dentro de un ecosistema televisivo viciado por los gritos y la nula
comprensión. Pensaba en esto mientras, por lances de la vida, soportaba los
programas televisivos que, con noventa y cinco años, consume mi suegra, adormilada,
sin apenas comprenderlos, pero a todo volumen, quizá por necesidad del ruido de
fondo. Si cambiara con rapidez el canal y mezclara las infidelidades del torero
y la folklórica con los exabruptos de Roncero, la confundiría con facilidad.
Entonces
vino a mi memoria el soneto que José María Pemán dedicó a José María Cossío
deseándole una vejez tranquila, paseando por Tudanca y, ya chocho, mezclara sus
tres aficiones principales, literatura, toros y fútbol:
«El
famoso marqués de Santillana / era del “Racing” delantero centro. / ¡Y cómo
toreaba en cada encuentro / “al natural”, con su muleta grana! / Se llamaba
José. Por su ventana / se veía Tudanca, sierra adentro: / eje de la Poesía y
epicentro / donde “el Gallo” compuso La Araucana. / Mientras, Pepe Luis Bécquer
Suárez, / del “Barcelona” y de las Rimas gala, / nos colaba un “penalty” de
cantares. / Este es, lector, mi cielo y mi Valhala: / Pereda… Peña Amaya…
Cielos… Mares… / Una marquesa… un puro… ¡un gol!... ¡Kubala!».
Cuando
leo el artículo en voz alta, como tiene trescientas palabras, Bruma no lo entiende
completamente. Pero sospecho que llega un poco más allá que algunos
tertulianos.
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