El Diario Montañés, 11 de noviembre de 2015
En estos días de
buen tiempo y de playa, las calles se llenan de vida. El veranillo de San
Martín ha venido con vocación de quedarse más de lo que suele ser habitual
–dice el refrán que «El veranillo de San Martín, tres días y fin»–, acaso por
eso del cambio climático, tan cuestionado por Rajoy porque su primo no tenía
apenas certezas meteorológicas. Y los ciudadanos hemos salido a pasear para
aprovechar al máximo esta prórroga veraniega, ya en la mitad del otoño.
Las mañanas son
propicias para degustar rabas en las terrazas, y de olor a rabas se han impregnado
las esquinas de Santander. Por las tardes el olor cambia al de las castañas
asadas, aunque los paseantes, animados por la buena temperatura, siguen optando
por los helados. Tiempo vendrá para las castañas. De sobra sabemos que al
invierno –es otro refrán– no se lo come el lobo.
Y todas las
conversaciones giran, como no podía ser de otra manera, alrededor de este buen
tiempo, con una ingenuidad que nos lleva a asombrarnos, siempre como si fuera
la primera vez, de lo bueno que hace, de que hemos alcanzado la máxima
temperatura de España, de lo a gusto que se está en la calle, de lo que
ahorramos en calefacción...
También hablamos
de motociclismo y de fútbol, ya se sabe. Es el pan nuestro de cada día, el que
nos ayuda a sobrellevar la pesada carga de la realidad, porque nos evadimos de
ella poniendo nuestras ilusiones en las victorias de los demás. Y casi sin pretenderlo,
resulta inevitable que nos acordemos de estos políticos que nos ha tocado
sufrir, bien ajenos a los intereses de la ciudadanía. Incapaces de dialogar,
que ésa es la esencia de su trabajo, se acaban de despachar con una declaración
secesionista que nos está abocando a discusiones muy alejadas de nuestros
verdaderos problemas. Parecen especialistas en distraernos con lo accesorio y
en desviarnos de lo fundamental. Se han propuesto, a su manera, ellos también, darnos
un otoño caliente.
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