El Diario Montañés, 20 de abril de 2016
He tenido un fin
de semana pleno de amistad. El plan consistía en visitar Santillana del Mar y,
sobre todo, en convivir. Y en hablar mucho, por aquello de que hablando se
quiere la gente. El cielo estuvo plomizo, lloviendo las más veces para disgusto
de Revilla que mantiene una desigual batalla contra los gigantes de la
meteorología. A nosotros, los amigos
–cinco parejas con fidelidad de más de dos
décadas–, no nos molestaba la lluvia, porque Santillana está muy bella con las
calles humedecidas y con los goteriales repicando en los adoquines. Tampoco
parecía molestarles a Javier Rodríguez y a Sane, que el sábado estaban en la
plaza de la villa levantando acta fotográfica de cuantos paseábamos por ella.
Esa noche, ya en
el hotel, los amigos hablamos de muchos temas. De Altamira, de la cueva, de la
réplica, de la película. Y del doctor Piñal, cuya sustanciosa entrevista ocupaba
una página de este periódico. Y, aunque veteranos –peritos en desaires de la
vida–, no entendíamos que el filme lo hubiera dirigido un inglés retirado, habiendo
dos jubilados de lujo en Cantabria –Camus y Gutiérrez Aragón– que llevan la
región en sus retinas y la cueva en sus almas niñas. Tampoco nos explicábamos
la marcha de Cantabria del doctor Piñal, todo un referente mundial en cirugía de la mano, por
el desprecio de algunos de los nuestros.
El domingo visitamos
Cartes y sus casas nobiliarias, que abrazan el antiguo camino real protegidas
por los torreones desmochados. En una de ellas tiene un museo de trajes típicos de
nuestra región María Jesús Pérez. Su marido nos los contó uno por uno. Cuando
llegó a la estantería de las amas de cría no pudimos dejar de pensar en que lo
mejor de Cantabria, ya desde tiempos antiguos, suele ser, cuando no
despreciado, aprovechado por otros.
A la salida del
pueblo entramos en un bar. De fondo cantaba Ana Belén una melodía en la que reconocí
aquello de «a veces madre, siempre madrastra». Como nuestra querida Cantabria.
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