martes, 12 de abril de 2016

FALTA COMUNICACIÓN (14 de abril de 2016)


El Diario Montañés, 12 de abril de 2016

Pese a que vivimos en la era de la comunicación, cada vez resulta más difícil relacionarse con el prójimo. Desde las multinacionales, que hacen que nos parezca normal que al otro lado del teléfono nos conteste un robot, hasta las grandes superficies, que han enterrado la figura del vendedor de ultramarinos y su proximidad con el cliente; desde Amazon, que genera un gigantesco comercio electrónico que puede llevarse por delante pequeños negocios cercanos, hasta las gasolineras de autoservicio, donde pagas lo mismo que en las otras pero haces tú el trabajo, todo tiende a una economía de medios humanos que nos está hurtando el trato personal.
Ahora le toca el turno a los bancos, con una reconversión brutal que se llevará por delante a miles de trabajadores. Desconozco quién nos engañará vendiéndonos acciones preferentes en el futuro, pero para las operaciones rutinarias del presente pretenden que seamos nosotros mismos sus empleados.
Yo estoy en contra de los avances tecnológicos que nos alejan del trato directo, aunque en algunos casos, como por ejemplo en el de los rádares que vigilan la velocidad en nuestras carreteras, los justifico. Y mucho más si, como el colocado en Cayón, pone multas solidarias y trae el orden a un tramo que a ciertas horas parecía el escenario de la película ‘A todo gas’. Es cierto que estos artefactos tan objetivos impiden las discusiones con los agentes de tráfico y pueden escamotearnos escenas como la que mantuvo hace muchos años mi tío político Serapio Arenal con un sobrino carnal, guardia civil que era famoso por su prepotencia y sus multas arbitrarias. También sucedió en Cayón. Serapio conducía un Seat Seiscientos, que daba cabida con dificultad a su enorme corpulencia, cuando le echó el alto su sobrino. «Buenas tardes. Nombre y apellidos», le espetó como si fuese un desconocido, saludándole con la mano derecha a la altura de la sien. «Me llamo Serapio –le contestó muy tranquilo–. Y me apellido igual que tu puta madre».
La respuesta, fruto de una comunicación directa, fue impagable.

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