El Diario Montañés, 12 de abril de 2016
Pese a que
vivimos en la era de la comunicación, cada vez resulta más difícil relacionarse
con el prójimo. Desde las multinacionales, que hacen que nos parezca normal que
al otro lado del teléfono nos conteste un robot, hasta las grandes superficies,
que han enterrado la figura del vendedor de ultramarinos y su proximidad con el
cliente; desde Amazon, que genera un gigantesco comercio electrónico que puede
llevarse por delante pequeños negocios cercanos, hasta las gasolineras de
autoservicio, donde pagas lo mismo que en las otras pero haces tú el trabajo,
todo tiende a una economía de medios humanos que nos está hurtando el trato
personal.
Ahora le toca el
turno a los bancos, con una reconversión brutal que se llevará por delante a
miles de trabajadores. Desconozco quién nos engañará vendiéndonos acciones
preferentes en el futuro, pero para las operaciones rutinarias del presente
pretenden que seamos nosotros mismos sus empleados.
Yo estoy en
contra de los avances tecnológicos que nos alejan del trato directo, aunque en
algunos casos, como por ejemplo en el de los rádares que vigilan la velocidad
en nuestras carreteras, los justifico. Y mucho más si, como el colocado en
Cayón, pone multas solidarias y trae el orden a un tramo que a ciertas horas
parecía el escenario de la película ‘A todo gas’. Es cierto que estos
artefactos tan objetivos impiden las discusiones con los agentes de tráfico y
pueden escamotearnos escenas como la que mantuvo hace muchos años mi tío
político Serapio Arenal con un sobrino carnal, guardia civil que era famoso por
su prepotencia y sus multas arbitrarias. También sucedió en Cayón. Serapio
conducía un Seat Seiscientos, que daba cabida con dificultad a su enorme
corpulencia, cuando le echó el alto su sobrino. «Buenas tardes. Nombre y
apellidos», le espetó como si fuese un desconocido, saludándole con la mano
derecha a la altura de la sien. «Me llamo Serapio –le contestó muy tranquilo–.
Y me apellido igual que tu puta madre».
La respuesta,
fruto de una comunicación directa, fue impagable.
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