El Diario Montañés, 27 de abril de 2016
Los libros viven
su particular semana grande de diez días en Santander. Quienes se acercan a las
casetas de la Plaza Porticada se asoman a ellos y los hojean, ojeando en sus
secretos. Y los libros, tímidos pero orgullosos, se abren sin resistencia y se dejan
acariciar por las yemas de los dedos de los visitantes, ofreciéndoles a cambio
su cuidada tipografía, sus mejores imágenes y su perfume, fascinante mezcla de
tinta fresca, cola y papel.
Aunque ahora pase
por momentos difíciles, el libro es un objeto muy apreciado. Y tengo para mí
que si algún día llegara a desaparecer se llevaría con él muchas certezas, pues
este mundo digital, abierto a todos, no suele cuidar tanto la verdad como la
cuida el papel. No hay más que fijarse en que, pese a la tecnología, las cuentas
de los ahorros parecen más seguras escritas en los papeles, aunque sean de
Panamá, que en inasibles discos duros.
Ha querido el
azar –que según Borges es uno de los nombres del destino– que en esta feria el
libro haya sido arropado por tres de nuestros grandes directores de cine.
Daniel Sánchez Arévalo hizo el pregón de apertura, Mario Camus recibirá un
homenaje próxima ya la muestra a su clausura, y Manuel Gutiérrez Aragón la ha
visitado varias veces y ha comprado muchos libros, sin darse a conocer, uno más
entre la gente.
Fue Mario Camus,
precisamente, quien después de un encuentro en la Biblioteca Central con varios
clubes lectores levantó mi ánimo, habitualmente decaído, con una reflexión que
hizo en voz alta: «El libro va a sobrevivir. Es imposible que desaparezca
mientras haya gente como ésta de hoy, apasionada por la lectura. Estos encuentros
maravillosos me confirman que los lectores salvarán al libro». Y yo, que soy editor
y en más de una ocasión, como al bueno de Alonso Quijano, me asaltó un pensamiento
terrible que por poco me hiciera dejar la comenzada empresa, renové entonces mi
firme compromiso de seguir en el negocio, mientras el corazón y el bolsillo
aguanten.
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