El Diario Montañés, 11 de mayo de 2016
Como el Seat Seiscientos,
nací en 1957. Por entonces había nacido también la clase media española, que
era la que reclamaba su fabricación con anhelo. (Por cierto, los primeros
modelos llegaron al mercado con puertas que se abrían al revés de como
aconsejaba el sentido común, y tal apertura trajo consigo dos riesgos: el
primero, que una ráfaga de viento podía arrancarlas de cuajo; el segundo, que
las mujeres, cuando se apeaban, se arriesgaban a mostrar las piernas hasta
sugerentes abismos –ahí tuvo su origen el sobrenombre de «Seiscientos
braguero»–).
Sea como fuere, en aquellos
tiempos los españoles comenzaron a viajar y a consumir, que es uno de los
mandamientos que tienen que cumplir las clases medias para sostener el sistema.
Y como la vida, aun con escasas libertades pero en pleno desarrollismo, parecía
una cuesta abajo que invitaba al patín, le fueron cogiendo gusto a la cosa, y
corrieron tras ofertas que les ofrecían paraísos asequibles, sabiendo los
publicitarios –sospecho que no por vía orteguiana– que el concepto de
«necesidad humana» abarca indiferentemente lo objetivamente necesario y lo
superfluo. Y las cosas funcionaron relativamente bien, con normales altibajos,
hasta que llegó la inacabable cuesta arriba en 2007, que ha conseguido que con
cincuenta y nueve años recién cumplidos, ni muy joven ni lo suficientemente
vieja, la clase media española se esté muriendo poco a poco.
Un análisis del Instituto
Valenciano de Investigaciones Económicas y la Fundación BBVA ha llegado a una conclusión preocupante:
la crisis ha hecho que tres millones y medio de
personas que jugaban en segunda división –que es la del medio– hayan
descendido, sin muchas perspectivas de volver a ascender, a la tercera
división, la más baja, ésa donde ya no se alcanza ni lo objetivamente necesario.
Lo que en el fondo denuncia este estudio es que tanto la reforma laboral como
las medidas «austericidas» que nos imponen a fuego tienen la orientación
equivocada, como en su día la tuvieron las puertas del Seiscientos. Sólo que
ahora, cuando nos expulsan del vehículo porque no podemos mantenerlo, enseñamos
directamente las vergüenzas.
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