El Diario Montañés, 2 de junio de 2016
Los docentes –lo
sabemos bien– son las personas que educan. Y educar es, ante todo, conducir, en
el sentido de guiar intelectual y moralmente por el mejor camino, que suele ser
el camino recto. En esa tarea –además de saberlo deberíamos practicarlo– tiene
que intervenir de modo irrenunciable la familia, porque en su núcleo está el
eje de cualquier acción educativa.
Desgraciadamente,
nuestro modelo social parece que no va por ahí. Nos las hemos ingeniado para
responsabilizar a otros de la educación de nuestros hijos y, si es posible, también
de su cuidado integral. Por eso su tiempo de ocio, ése en el que dependen de
nosotros, nos suele suponer cierta contrariedad, por la imposible conciliación
familiar y laboral, y por otros intereses menos confesables. Cuando los hijos
están bajo nuestra tutela, los problemas suelen multiplicarse: en Castro
Urdiales el ayuntamiento ha decidido meterle mano al asunto y legislar el uso
que pueden hacer los menores, durante los fines de semana y en los períodos
vacacionales, de las lonjas que alquilan «para sus cosas», al tiempo que van a
intensificar la vigilancia policial para tratar de evitar la quema de
contenedores, la rotura de árboles y otros vandalismos hijos del ocio. Y no es
el único lugar de Cantabria donde suceden casos similares.
Khalil Gibran
dijo en un poema que nuestros hijos no son nuestros hijos, sino hijos del
anhelo de la vida, ansiosa por perpetuarse. Algunos parecen haberse quedado en
la literalidad de los versos y han puesto el grito en el cielo al conocer que
un borrador del calendario escolar propone siete días de descanso por cada
dos meses de clase. «No somos una
guardería», han respondido los docentes, pero parece que es en esa labor donde
más se los valora.
Algo no funciona
bien en una sociedad cuando el tiempo libre de los hijos se convierte en un
problema para los padres, y la obligada convivencia vacacional de las parejas
dispara los divorcios. Es como si solamente estuviésemos programados para desenvolvernos
en nuestra mezquina rutina laboral.
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