El Diario Montañés, 22 de junio de 2016
Están
revueltos los buitres porque no encuentran comida. Esta sociedad que cuida tanto
la higiene prohíbe dejar animales muertos en la naturaleza por lo mucho que la
afean y lo insalubre que puede resultar tal costumbre. Lo mismo le sucedió en
su día a las gaviotas, a las que negaron el pan y la sal de los desechos que
tiraban los barcos pesqueros cuando llegaban a puerto. Y, claro, buitres y
gaviotas cambiaron sus hábitos carroñeros y se hicieron predadores, porque el
alimento es una de sus pocas preocupaciones. Tenemos
que aprender de una vez por todas que con las cosas de comer no se debe jugar,
y que el pan nuestro de cada día, más que una donación divina –«dánosle hoy»,
dice el ‘Padrenuestro’–, es un derecho universal, porque de otra manera
corremos el peligro de que los desposeídos cambien sus hábitos, forzados por el
hambre. Desde las altas esferas del poder se teme que el 26-J traiga la
desestabilización del sistema, que tan encauzado macroeconómicamente parece,
porque en esos niveles de gestión no se tiene en cuenta que no sólo de cifras
vive el hombre. Y ahora se enfrentan a la realidad de que una boca es un voto,
y una boca con hambre da miedo democrático.
La
gente común tiene la sensación de que lleva deambulando demasiado tiempo por un
camino sin retorno que, a cambio de grandes sacrificios, ofrece escasas
expectativas. La cosa va en serio, porque incluso los chinos –que tienen una
mentalidad muy diferente de la nuestra– no llegan a fin de mes y se ven
abocados a cerrar sus negocios en Santander por la caída de las ventas. Agustín
Ordejón, presidente de la Federación de Pymes de Comercio de Cantabria, ha
dicho que tal desaparición «es una muestra
más de lo mal que está el comercio en general», pero ha
añadido que no la ve con malos ojos porque se quita de encima un competidor de baja calidad.
Lo
que me reafirma en que la línea que separa a carroñeros y predadores es muy
sutil.
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