El Diario Montañés, 29 de junio de 2016
Recientemente se
ha publicado una estadística que recoge que el 77% de los cántabros hemos
consumido alcohol en el último año, frente al 67% de la media nacional. Aunque
sólo bebemos los fines de semana, porque en el trabajo diario somos tan
recatados que también encabezamos el ranking nacional de la abstemia. Es decir,
que de lunes a viernes respetamos nuestra particular ley seca, mientras que los
sábados y los domingos nos desmadramos; pero en ambos casos ocupamos el
liderazgo, en un difícil equilibrio entre el exceso y la contención.
Este fin de
semana, que ha sido electoral, se ha debido de beber más de lo que es habitual
en las sedes de los partidos políticos por causas bien distintas. En la del PP
supongo que se habrá descorchado champán (acaso cava) para celebrar la victoria
del hombre que anda a ritmo mariano, deprisa pero sin correr, y que pasito a
pasito, con su peculiar manera de mirar para otro lado, ha hecho olvidar a sus
electores los casos de corrupción que le salpicaron antes de las elecciones
(gallego como Cela, sigue al pie de la letra su consejo: «En este país el que
resiste, gana»). En las sedes del PSOE, Unidos Podemos y Ciudadanos, por el
contrario, el alcohol habrá servido para tratar de olvidar unos resultados que,
salvo valoraciones interesadas, han sido como penas.
Ni sumido en un ‘delirium
tremens’ pudo imaginar el expresidente Álvaro Uribe las vueltas que iba a dar
la increíble y triste historia de la concesión de su medalla por parte de la
UIMP. César Nombela, el hombre a quien el colombiano niega ahora toda la
fortaleza de carácter que le supuso en un principio, decidió anular el acto de
la entrega para que no fuera considerado una injerencia política, pero mantener
la distinción. Uribe le ha pedido que aparte de él ese cáliz y que se olvide de
sus convicciones cristianas y de santa Rita, porque en casos así es mucho mejor
que lo que se da, sí se quite. Un mal trago para el rector.
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