El Diario Montañés, 3 de agosto de 2016
No eran las
cinco en sombra de la tarde, sino las seis y media de un jueves torero. Ignacio
Diego e Íñigo de la Serna posan junto a tres compañeros en el coso de Cuatro
Caminos, todos con la camisa azul remangada por debajo de los codos. Sane
inmortaliza tan santanderina estampa en ‘El Diario Montañés’. Es la Semana
Grande, cuyo 25 de julio tampoco será festivo el año próximo, como si el
gobierno regional pretendiera acabar con ambas fiestas, la de Santiago y la de
los toros, que dicen los aficionados que es la nacional por excelencia.
El alcalde de
Santander se ha venido arriba y ha proclamado que no se va a quedar «en medio de la
plaza de rodillas». Como el toro que
se crece en el castigo, Íñigo se agiganta ante una oposición que sin altura de
miras quiere asestarles un garrochazo al santo, a él y a las corridas. Perito
en quites, ha lanzado al aire la montera –gesto torero, figura fina–, con un
brindis al sol que nos deslumbra, y se ha comprometido a intentar que la Feria
de Santiago sea declarada de Interés General para proteger una tradición que ha
dejado un saldo medio de 6.500 aficionados por sesión –que no son tantos–,
incluyendo los pases de favor –que son bastantes, casi muchos–. Es como si el
regidor se debiera solamente a esos aficionados e ignorara a los muchos que
están en contra del arte de Cúchares, al que prefieren llamar «tortura animal
regulada».
Yo, sin ser un
seguidor, simpatizo con el ‘sernismo’ clásico. Me gustaba el edil cuando antaño
suavizaba hacia el centro los derechazos de Diego, aunque apoyado en la mayoría
absoluta realizara en ocasiones simples faenas de aliño en el ayuntamiento de
Santander. Ahora, el derrote de los resultados electorales le obliga a dar lo
mejor de sí, a exigirse un poco más y a no confundir miedo y coraje. Aunque de
vez en cuando añore aquellos tiempos de política afeitada, debe aprender a
suavizar su arte, a usar la mano izquierda, a templar sus destemplanzas.
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