El Diario Montañés, 2 de enero de 2019
Doce
campanadas como doce espadas despidieron 2019 en los hogares de los
trabajadores cántabros amenazados por los ERTE. Las luces de las calles no
pudieron borrar la tristeza de sus rostros. Esta vez no era una uva la que dificultaba
el brindis, sino el futuro incierto de sus empresas, ligado a su futuro. Los
caminos de la economía tienen trampas que entierran proyectos, balances que quiebran
ilusiones.
Parte
fundamental de la industria cántabra depende del sector automovilístico, que este
año ha caído en un bache profundo y está dando palos de ciego porque no se atreve
a apostar por las energías alternativas sin antes deshacerse del stock de
vehículos que siguen utilizando las tradicionales, y los compradores no saben a
qué atenerse (conviene analizar también el poder de los Países Árabes para
salvaguardar sus intereses y frenar el desarrollo de tecnologías que sustituyan
a las que se basan en el uso del petróleo). En el caso particular de
Ferroatlántica es el coste de la energía eléctrica convencional lo que mantiene
pendiente de un hilo la suerte de cientos de personas. Parte de la crisis,
pues, proviene de la necesidad de implantar nuevas energías, una solución de futuro
que amenaza el presente porque nadie ha visto llegar el problema con tiempo suficiente
de reacción.
También
son tristes las campanadas en las residencias de ancianos. Allí suenan anticipadas
porque sus huéspedes no resisten despiertos hasta las doce. Tampoco les importa
mucho saludar al año nuevo en tiempo y forma: la mayoría no conciben otro futuro
que el del día siguiente. Me comentaba mi amigo Guillermo Lanseros un contraste
que existe en alguna de esas residencias, donde el derroche de las luces
navideñas que adornan sus fachadas no se corresponde con la cantidad y la calidad
de los menús, que pocas veces se ajustan a las limitaciones y a las necesidades
particulares de cada anciano. Prevalece, caiga quien caiga, cerrar el año con
balance positivo. Igual que en la industria.
Como
veis, las luces navideñas no han conseguido hacerme olvidar la sombría realidad.
Pese a todo, os deseo de corazón un luminoso «veinteveinte».
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