El Diario Montañés, 15 de enero de 2020
Revilla,
descendiente de Corocota y de Pelayo, el de Cosgaya, ha salido a defender la
España constitucional que a su parecer hacía peligrar el pacto suscrito con los
catalanes. Aunque ha explicado el «no» de su partido a la investidura de
Sánchez de manera convincente, algunos votantes progresistas del PRC no lo han
entendido. Podía haber votado «sí», dicen, y luego darle un no rotundo a
cuantas iniciativas hiciesen peligrar el orden constitucional. Pero ha
preferido poner el parche antes de que saliera la herida, diciendo eso de que Cantabria
prefiere honra sin trenes, a trenes sin honra.
Zuloaga
aprovechó entonces para lanzar un órdago. Quien lleva su partido con mano de
hierro pensó que esa misma mano podía poner al presidente contra las cuerdas,
pero midió mal el riesgo. Ochenta y tantos de los suyos se echaron a temblar
por si la decisión del jefe los dejaba a la intemperie, y ahora tendrá que
aceptar la capitulación con mano de seda y escuchar la reprimenda de Revilla,
que se siente con la autoridad moral que da la edad para recriminarle su falta
de visión política. Una edad que, según el líder socialista –paradojas de la
vida–, era el principal problema que el partido del presidente debía resolver.
Por
el bien de todos, el gobierno regional debe seguir adelante, aunque sea con
recelos, buscar la sintonía con el gobierno nacional y remar juntos. No cabe
otra. Ya vendrán las zancadillas desde fuera, promovidas a nivel nacional por
Vox, que quiere sacar a las calles las broncas del Parlamento y prepara fines
de semana llenos de banderas cara al sol.
Esos
fines de semana prefiero quedarme en casa leyendo, o sin hacer nada, o, a lo
sumo, como Blas de Otero, admirando una pierna de mujer –la izquierda a ser
posible–. Para quienes consideran que no hay mayor pecado que no seguir al
abanderado, creo que en este caso en el pecado está la virtud. Porque esa
bandera, que es de todos, como mejor se defiende es respetando los pactos que
han salido de la voluntad de las urnas.
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