Me sorprende
la actitud de ciertos individuos ante lo que consideran pérdida de libertad.
Contra las medidas que impone la lucha frente al covid han surgido voces que se
indignan por los oscuros intereses que tienen vaya usted a saber quiénes y para
qué. Lo ignoran, pero sospechan que tras esas disposiciones restrictivas hay
alguien que desea cargarse el libre albedrío. Se soliviantan los fumadores
cuando se limita la distancia para fumar: quieren seguir obsequiándonos con el
humo que ha pasado antes por sus pulmones, desperdicio sobrante para ellos. Se enoja
un conocido porque debe ponerse la mascarilla cuando entra a un comercio al que
todos tenemos que entrar; nunca creyó en la libertad –es un franquista convencido,
en tiempos democráticos–, pero protesta, con la prenda colocada en el cuello por
si tiene que levantarla deprisa en el caso de que alguna autoridad lo pudiera
ver. Sigue acudiendo al bar a tomar un café la pariente de un recién
diagnosticado del virus, conviviente con él. Lo que sea, será… si los
rastreadores descubren el lazo familiar y la realizan el test. Mientras tanto,
vida y dulzura. Son necios que abundan por doquier; libres de serlo, es cierto,
pero no pueden llevarse por delante los derechos de los demás. Ni la salud, por
supuesto.
Líbreme
dios de tener que discutir con ellos, lectores de prensa rosa y deportiva, peritos
en la socorrida frase de «a mí me lo vas a decir», que a todo le pone punto final,
«punto pelota» que dicen.
Luego
están los «preparados», maestros de las redes sociales, guías intelectuales que
siembran infundios y ven contubernios tras cada medida preventiva de la
autoridad. Son peligrosos. Todo lo critican. Vacíos consejeros que aportan
dudas nada razonables, apenas meras ocurrencias de taberna, que otros aplauden.
Así
nos está yendo.
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