Es
difícil escribir en este agosto atípico, sin la cantidad tan deseada de
turistas y con el virus aumentando su presencia por cada esquina. Terminó un
mes de julio en el que hemos intentado vivir con normalidad, aunque sin saber comportarnos
del todo como personas normales. La cultura sí demostró que sabe cuidarse cuando
la ayudan. En Cantabria pocos lugares ha habido tan seguros como el espacio de la
plaza de Correos, donde el mundo del libro supo parapetarse con alfombras
higiénicas, cámaras de seguridad e hidroalcohol. Allí llegó Revilla, huérfano
esta vez de otras ferias que le molan más, agarrándose al clavo ardiendo de la
de Santander, por la que nunca antes, creo, había aparecido, aun sabiendo que
es profeta en su tierra. Y vino con Okuda, días antes de la operación de
blanqueo que luego realizaron algunos ante una iniciativa artística que puede acabar
con el blanco del faro; le han querido poner así el «colorín, colorado» a esta
controvertida historia. Adelante, pues, con los colorines que atraerán turistas
a ese lugar que representa como ninguno «el marco incomparable» de nuestra
región infinita.
Se
lleva el blanqueo. Acaso por ello la reina Leticia viste de Zara en sus visitas
por el territorio patrio junto a Felipe VI. Además, exigen por protocolo que
ninguno de los acompañantes lleve corbata y que aflojen algún botón del cuello
de la camisa, blanca y remangada a poder ser. Así que tanto ellos, los reyes,
como el grupo que pulula en su torno llenarían de «orgullo y satisfacción» al
mismísimo Alfonso Guerra, reivindicador como ninguno de los «descamisados»,
muestra real de que el poder en la democracia lo ostenta el pueblo llano.
«Aunque
la mona se vista de nada, tú siempre nunca», farfulló un borracho que
casualmente pasaba por allí. Todos lo entendieron.
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