Tenemos
el hábito de pedir la vez, pero no solemos respetarla cuando los turnos son
virtuales y nadie nos ve en la cola real. Quizá porque algunos tienen claro que
del dicho al hecho hay mucho trecho, y que eso de que los últimos serán los
primeros en el reino de los cielos da que pensar, no vaya a ser que luego no
haya ni reino ni cielos. Está pasando con la vacunación –que debería aplicarse con
prioridad a las personas mayores y a todo el personal sanitario–, porque siempre
hay gente dispuesta a saltarse los dictados de la solidaridad, le pese a quien
le pasen… aunque sea por encima.
En
las películas, los cobardes no suelen ser los últimos en abandonar el barco;
prefieren hacerlo los primeros, con la certeza de que es mejor que se salve el
que pueda. Dicen que las ratas hacen lo mismo, aunque en su caso no por cobardía
ni ventajismo, sino porque perciben antes que nadie el agua en las bodegas, su guarida
inferior. Por eso, si alguien tiene la tentación de utilizar tal semejanza con
los roedores, solo deberá hacerlo en cuanto al miedo, que no a la vivienda: los
implicados en la vacunación anticipada no viven precisamente en oscuros
suburbios.
Para
tranquilidad de algunos y zozobra de los más, circulan por internet calculadoras
que, a cambio de cumplimentar unos pocos datos, indican de forma vaga la fecha personal
de vacunación. En mi caso me confirman que tengo por delante un abanico de
entre trece y veintiocho millones de españoles, y que debería recibir la
primera dosis entre julio de 2021 y enero de 2022.
«¡Cuán
largo me lo fiáis!», dice don Juan Tenorio en ‘El burlador de Sevilla’. También
yo lo creo. Pero no tengo intención de burlar el turno.
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