El Diario Montañés, 13 de enero de 2021
En estado
de duermevela, pensando sobre lo que voy a escribir, vislumbro textos impecables
en cuanto a argumento y ejecución. Luego, con la mente despejada, no lo tengo
tan claro. Me ha sucedido con este artículo. Entre las telarañas del sueño
rememoré el 7 de enero de 1980 –hace cuarenta y un años–, mi segundo día de
«mili» en El Ferrol. Era jornada de revisión médica. Dos mil marineros, en fila
y con el torso desnudo, recibíamos varias vacunas en cada hombro; poco más
adelante, otros compañeros se aplicaban en descubrir hernias o irregularidades varias
en nuestros testículos, ayudados por un palito y una linterna (¡vaya visión!).
En una mañana nos despachaban a todos. También debería añadir la circunstancia
de que dediqué los dieciocho meses perdidos en la milicia a leer y a
intercambiar correspondencia con escritores, como Torrente Ballester.
El
artículo se abría camino con claridad en mi mente, porque Torrente ganaría años
más tarde el premio Planeta con ‘Filomeno, a mi pesar’, una novela menor. Tenía,
pues, vacunas aplicadas en tiempo récord y la versión masculina de Filomena. Todo
de rabiosa actualidad, en un caso por la lentitud de la vacunación contra el
covid (cierto que sus condiciones de conservación son diferentes, y que en el
cuartel estábamos censados con rigor), y en el otro por el caos que ha generado
Filomena, a nuestro pesar. Podría añadir que en 1981 –aún seguía en la mili– tuvo
lugar el 23F, con la irrupción en el Congreso de Tejero con tricornio, hecho al
que uniría la imagen del chamán de QAnon y sus cuernos de búfalo, en el asalto al
Congreso americano. Tricornios y bicornios. Resultaba perfecto.
Cuando
desperté, descubrí la dificultad de referirlo todo en trescientas palabras. Una
pena. Pretendía demostrar que cuarenta años después apenas hemos avanzado.
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