El Diario Montañés, 6 de enero de 2021
Hemos
estado dándole al meollo para saber quiénes éramos allegados y quiénes no, pues
de la aclaración del concepto dependía respetar la legalidad durante las
reuniones navideñas. Los periódicos y los programas de noticias exprimieron sus
explicaciones hasta la saciedad, recurriendo, incluso, al diccionario de la
Real Academia Española. Todo eran dudas. Comenzamos pudiendo reunirnos diez
allegados en Nochebuena y Navidad, que luego, por esas cosas cambiantes de la
improvisación, pasaron a ser seis. Pero siempre en un domicilio familiar; nunca
en el interior de un bar.
Algunas
personas de la zona pasiega –alcaldes y exalcaldes incluidos– quisieron hacer
lo que hacían siempre, algo que en estos tiempos no debe hacerse nunca, y
montaron una reunión en el comedor de un bar para comer sopa y pollo de corral.
Alguien denunció el hecho, y parte de ellos, según dicen, huyeron ante la
presencia de la guardia civil como pollo sin cabeza por un pasillo que llegaba
hasta el gallinero. Descubiertos, coincidieron al decir que no eran doce ni
veinte los comensales, como se ha apuntado en los mentideros, que solo eran
seis, y que cumplían con el aforo, aunque no con el lugar. Y que, aun siendo de
distintos partidos, eran allegados. Lo de esconderse fue una reacción
inexplicable.
«Lo
siento mucho, no va a volver a ocurrir», declaró compungido el alcalde de
Villacarriedo, uno de los asistentes, que ya había tenido sus más y sus menos
con el PP por el brote de covid en su pueblo, cuando le acusaron de no decir la
verdad. La frase es idéntica a la que expresó el rey en 2012, tras sufrir un
traspiés durante una cacería concertada de elefantes, mientras caminaba en la
noche posiblemente tras otra pieza. Entonces casi nos lo tomamos a risa. Y mira
lo que vino luego.
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