La
situación política está crispada. Los insultos han regresado en estos tiempos
de miseria moral, si bien nunca se habían ido totalmente. Todo vale para
desprestigiar al otro. Hasta se traen citas de cuentos clásicos, cogidas por
los pelos, para darle cierto sentido cultural al desprecio; ocurrencias de pie
forzado que no difieren del insulto. «Gilipollas e hijo de puta» le espetó el
concejal de Vox a Javier Ceruti, en lo que consideró después «la típica
discusión de una reunión… sin trascendencia ni importancia». Y pese a que fuera
él quien insultara, dijo que «por su parte todo estaba cerrado». ¡Faltaría más!
Ahí me las den todas.
Estos
días de Semana Santa pueden venirnos bien para rebajar tanta tensión acumulada,
pese a que las fronteras deberían impermeabilizarse mejor, porque hay algunos turistas
que parecen venidos de fuera, aun con los cierres perimetrales. Aunque a lo
mejor esas mismas irregularidades viajeras nos distraerán de otras que tienen
al personal cabreado, tanto en Santander, con los espigones, como en la zona
pasiega, con el plan eólico de Garma Blanca, que al parecer habían tramado quienes
pensaron primero que era una lotería y ahora consideran «una brutal agresión». Cambios
de criterio que confirman la sombra alargada de Toni Cantó.
Quien
no cambia de opinión es el obispo de Santander, que niega el derecho a la
muerte con un final digno, elegido personalmente. Su postura defiende solo el
derecho a la vida en cualquier circunstancia.
A la
distensión debería ayudar también que el gobierno permita abrazos y besos en
las residencias de nuestros mayores. Tampoco vendrá mal que veamos la Pasión de
Castro Urdiales en versión digital, desde nuestro sofá, como si de un ‘reality’
se tratara. Así, igual regresamos al trabajo con menos agresividad y más
civilizados. Que falta nos hace a todos.
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