El Diario Montañés, 28 de abril de 2021
Esta
semana el plomo y la navaja han amenazado con cortarle las alas a la libertad. Hemos
perdido el espíritu de la concordia y aquel espacio común en el que, durante la
ahora denigrada transición –«España, camisa blanca de mi esperanza»–, nos
entendíamos sin destrozarnos y nos sentábamos a conversar. Pero muchos años
después, apenas silenciadas las detonaciones de los terroristas de ETA (que
eran, por supuesto, ilegales), las amenazas han regresado en forma de artefactos
cainitas (al parecer enviados desde la legalidad) y han situado las ideas
frente al pelotón de fusilamiento.
Es
tiempo de ruido, de malos modos y descalificaciones. De ocurrencias en tuits,
de vacías frases ingeniosas, de carteles desafiantes. Pero no debe ser un
tiempo de silencio, sino de acallar cuantas ideas ataquen la esencia de la
democracia, que solo se defiende cuando se la protege de sus enemigos, esos que
suelen valerse de ella para derrocarla. Parásitos que fagocitan a un cuerpo y
solo forman parte de él hasta consumirlo.
Las
balas de Cetme y la navaja «de sangre contraria» iban dirigidas a unos pocos, aunque
su rencor implícito amenazaba a casi todos. El lobo de la intransigencia está
perdiendo la harina de las patas, y ya no parece un cordero. Pero no le
importa. Nos sabe descentrados como país, y para nada necesita mostrarnos la
patita por debajo de la puerta, porque ha encontrado un hueco enorme para entrar
en nuestras casas con su discurso sin disfraz, que a muchos resulta atractivo. Y
no es de extrañar, pues ya están habituados a devorar programas de esa cadena televisiva
que entretiene el ocio con horas de odio entre personajes mezquinos, que hieren
cuando amenazan.
Somos
el reflejo de una sociedad que ha transmutado los valores. Pero, si preferimos
ser rebaño, seámoslo, al menos, democrático.
Totalmente de acuerdo, un abrazo.
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