Comienza
el curso escolar. Más que nunca deberíamos seguir enfocándolo hacia la
formación integral de las personas, en esta época tan difícil. No creo que
estemos superando la prueba, porque la crispación y la picaresca habitan entre
nosotros. La escuela, que tan solo debería ser una extensión de las familias e
ir con ellas al unísono, se acaba convirtiendo en la única moduladora de
conductas. En ella cargamos la responsabilidad de la formación y la culpa de los
fracasos.
Tengo
el hábito de leer noticias insólitas para satisfacer mi capacidad de asombro, aunque
también, todo hay que decirlo, para ver si alguna tiene cabida en este rincón. Esta
semana he vislumbrado la posibilidad: «La secretaria del Juzgado de Paz de
Santurtzi ha sido suspendida cinco años de empleo y sueldo por la celebración
la pasada Nochevieja de un cotillón ilegal en la sala de vistas de la
institución, y después del toque de queda. Entre los participantes
identificados se encontraba una hija suya». No me dirán que no tiene gracia.
Una fiesta ilegal, en un lugar oficial, con el acceso abierto por la llave que proporcionó
esa madre irresponsable. Según leía la noticia –no sé por qué– vivieron a mi
mente los chicos de Santa María de Cayón, esos que, reunidos en un local del
que poco sabemos, vieron, tras escapar por los pelos, cómo se venía abajo todo el
edificio, afortunadamente sin víctimas. Del siniestro avisaron a las cinco de
la mañana. Entonces pensé en los padres. Y en la alcaldesa que, según se supo,
les había dado la llave para que entrasen cuando quisieran.
Todo
ello vino a reafirmar mi idea inicial: son las familias las que deben educar a
las personas. La escuela, reforzar esa formación. Y san Pedro, cuidar de las
llaves. Para repartir las culpas.
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