He visto
más limpias que nunca las cunetas de mi pueblo, y no quiero insinuar con ello,
dios me libre, que se haya debido al paso de la Vuelta Ciclista a España por la
localidad. Supongo que lo aconsejaba la previsible llegada de las lluvias otoñales.
Pero, insisto, todo estaba más aseado cuando los corredores discurrieron por
Villaescusa sobre sus caballos de hierro. Cantabria había sacrificado su perfil
quebrado –idóneo para plantear etapas de gran montaña que nada tendrían que
envidiar a las mejores del Tour– para mostrar su cara más turística. De Laredo
a Liencres, pasando por Santoña, Noja, Liérganes o Santillana del Mar, con
inicio y final en la costa, pero atravesando parques naturales, pueblos
monumentales, o mostrando caprichos tallados en las rocas por la mar. Apenas
tenía tiempo Carlos de Andrés para comentar las imágenes aéreas, cual Wikipedia
ilustrada. Era un ejercicio de promoción turística de primer orden, ahora que Revilla
ya no discute con los hombres del tiempo sobre nuestro sol huidizo, y ha dado
en vender las bondades de una región libre de los agobios del calor, con la necesaria
chaqueta en la mano para el atardecer y la mantita para la noche, porque debemos
conjugar la tiranía de la playa con un turismo más diverso.
Esta
temporada madrileños, vascos y castellanoleoneses han vuelto a ser nuestros
principales visitantes; unos huyendo del calor, otros por cercanía, pero todos generando
ingresos para salvar un verano que ha resultado bueno en lo económico. Si
además la Vuelta le ha dado otra vuelta de tuerca al recorrido y ha preferido
apostar por una etapa de transición turística, pues eso que sumamos. Más discutible
–casi oportunista– me parece la ocurrencia de colorear silos, aunque atraiga muchos
visitantes. Porque en cultura no siempre tiene calidad lo que más vende. Creo.
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