El Diario Montañés, 24 de noviembre de 2021
En
las circunstancias actuales, sin ser excesivamente pesimista, parece que la
situación real de la pandemia no está para tirar cohetes. Tendríamos que haber
aprendido de la experiencia de olas anteriores, cuando quienes mejores datos tuvieron
al principio no fueron luego los que mejor terminaron. El ejemplo de Asturias es
paradigmático: cuando se produjo el primer embate, la región vecina presumió de
haber sido pionera en recomendar a los ciudadanos medidas sencillas de profilaxis:
«lavado de manos, utilización de pañuelos desechables y saludos con el codo». El
bajo porcentaje que tuvo la epidemia en la zona asombró a todos. Los noticieros
nacionales y de medio mundo se hicieron eco de lo que llamaban «el milagro
asturiano». Como consecuencia, en los meses de verano de 2020 la comunidad fue
«el oasis» que buscó la gente para el descanso estival, pero a los pocos meses se
convirtió en líder de contagios y hubo que cerrar la región e instaurar el
toque de queda. «Se cantó victoria muy pronto, y el verano con los turistas fue
una puerta de entrada al virus», dijeron los expertos.
Ahora,
con la vacunación extendida a gran parte de la población nacional y con los
buenos datos que ha habido hasta hace bien poco, hemos vuelto a relajarnos. Regresan
los abrazos y los besos, tan añorados. Regresan las reuniones sociales, tan
necesarias. Y ha regresado, como era de esperar, esa actitud muy humana del
olvido. El problema es que también ha vuelto el frío, que nos ha obligado a
relacionarnos en ambientes cerrados.
No deseo
parecer pesimista, repito. La ciencia está de nuestro lado para mejorar la
situación. Es nuestra aliada. Pero lo tiene complicado si no la acompañamos en
esta batalla, que es de todos, contra «el general olvido». Peligroso estratega
que consigue que rehuyamos la realidad.
En cuanto dicen que estamos bien la gente se lo cree y ¡hala! A salir a todos lados y si es sin mascarilla mejor.
ResponderEliminar