Cuando
leyó el artículo de Genaro, quedó contento. El chico apuntaba maneras de buen
periodista. Había seguido sus indicaciones al pie de la letra, transmitiendo
las consecuencias del posible apagón del que tanto se hablaba últimamente, pero
no sus causas, prescindibles para el lector medio. Además, le había recomendado
no difundir sospechas sobre nuestra sociedad capitalista, capaz de
autoabastecerse, salvo en casos puntuales. Y la idea de relacionar en la
edición digital del periódico los artículos que era necesario comprar con los
comercios que los vendían, le resultó fascinante (los anunciantes lo
agradecerían, sin duda). Genaro había hecho un trabajo ágil, de los que se
puede leer en menos de diez minutos. Un escrito que transmitía el miedo a
perder las comodidades que nos proporciona esta sociedad. Tras leerlo, cualquiera
estaría dispuesto a pagar lo que fuera necesario con tal de darle al
interruptor y obtener luz y calor. Porque solo se descubre el valor de las
cosas cuando las pierdes.
Es
cierto que Genaro en su investigación había recurrido a Google, a películas
apocalípticas y al lejano recuerdo de los campamentos juveniles, pero su recomendación
de comprar un kit de supervivencia (alimentos no perecederos, linternas, velas,
mecheros, cerillas, transistores, hornillos, estufas de gas, bombonas, pilas, generadores…)
había calado hondo en la sociedad. Un ejemplo palpable de que lo ligero puede resultar
edificante, porque a los artículos de prensa les sucede lo que a los discursos:
fray Junípero decía que los breves mueven el corazón y los extensos, el culo.
También
el director se mostró satisfecho cuando comenzó a leer la investigación que le
había pedido sobre las complicaciones de la próstata. «Según la universidad de
Harvard, eyacular al menos veintiún veces al mes reduce considerablemente el
riesgo de cáncer de próstata». Un titular jugoso. Satisfactorio. De periodista
de raza.
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