El Diario Montañés, 16 de diciembre de 2021 (© de la imagen Sergi Bernal)
Este
fin de semana visité, guiado por Miguel Ángel Martínez Movilla, las fosas de la
Pedraja, en Burgos. Miguel Ángel es un arquitecto que ha dedicado parte de su
vida a tratar de encontrar los restos de las personas asesinadas en ese lugar,
entre ellos los de su abuelo Rafael Martínez, que quizá fuera el último que vio
con vida en la cárcel de Briviesca al maestro catalán Antonio Benaiges, al que
prestó su camisa, pues el docente la tenía destrozada tras haber sufrido una
paliza. Desenterrar el olvido le ha costado la incomprensión de muchos. «Algunos
se han acordado de su padre cuando había subvenciones para encontrarlo», espetó
un conocido político en la cadena televisiva de la Conferencia Episcopal. Sus
palabras traspasaron todas las líneas para adentrarse sin fisuras en la hostilidad.
Miguel Ángel, como tantos otros, las recibió con dolor, pero siguió adelante, guiado
por su espíritu sereno y su condición conciliadora. Tras muchas catas
infructuosas, en 2010 encontró un par de fosas en las que aparecieron los
restos de 135 fusilados. Con la suerte de haber podido identificar los de su
abuelo Rafael, tras las pruebas de ADN.
Fernando
Martínez López secretario de Estado de Memoria Democrática –cuya ley, según
escribía ayer el obispo don Manuel Sánchez Monge, pretende, junto con otras que
citaba vinculadas, «sustituir el orden social basado en los fundamentos
cristianos»– recomienda a quienes quieren que el silencio permanezca enterrado
que vayan a pie de fosa «porque entonces cambiarán de opinión». Nosotros no necesitábamos
cambiarla, pero allí reafirmamos nuestras certezas. Lástima que aquel momento
de recogimiento lo rompiera un cazador que cuidaba la seguridad de una cacería
cercana, que nos dijo, entre advertencia y amenaza: «¿Queréis seguir aquí para
que os metamos un tiro?».
Vengan
de donde vengan, hay palabras que hieren como balas.
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