El Diario Montañés. 22 de diciembre de 2021
Triste
final de año. El pasado domingo nos concentramos en Villaescusa para guardar
dos minutos de silencio como protesta por el asesinato de Eva Jaular y su hijita,
de 40 años y 11 meses, respectivamente. Las dos eran vecinas de mi valle. Las
vidas se las truncó con saña un energúmeno cargado de odio y con sentido errado
de la posesión. Qué pena da recordar ahora aquella canción de los 90 que
cantaba el grupo ‘Platero y tú’. La maté porque era mía, decía, que es la
triste certeza que suelen tener estos asesinos. Sus notas andaban por mi cabeza,
mientras el viento sur se hacía dueño de los 120 segundos de silencio. Las
encinas cercanas de la Peñona volteaban las hojas para mostrar su envés. Un
milano surcaba las alturas mirando el panorama de la explanada trasera del
edificio del ayuntamiento, donde nos reuníamos unas 400 personas. Si bien es
cierto que es lo que debíamos hacer, y no quedarnos parados, no dejaba de
preguntarme: ¿servirá para algo?
Estos
bárbaros se llevan por delante más de lo que matan. Porque mueren las víctimas,
sí, pero también el sufrimiento carcome a los familiares, tanto del muerto como
del asesino. No quiero imaginar su desazón. «¿Qué hemos hecho mal?», se
preguntarán unos. «¿Para qué habrá venido al mundo ese malnacido?», dirán otros.
La sombra de la violencia es alargada: quiebra la vida de los vivos, trae la
desdicha a quienes quedan y nubla la sonrisa de todos.
En medio
del silencio, además de la canción, rondaba por mi cabeza aquello que dijo
Emilia Pardo Bazán de que, aunque todos los asesinatos son reprobables, «el ‘mujericidio’
siempre debiera reprobarse más que el homicidio». Al tiempo pensé en el dogma
de la indisolubilidad del matrimonio. Sin duda, eran reflexiones inconexas desde
la conmoción.
Asesinos de doble personalidad que fingen ser muy amables y encantadores/as para luego ser lo que de verdad son : criminales
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